La simpleza de Evo es proverbial. Mira las cosas del modo que quiere y le gusta. Sólo puede entender una cosa a la vez. Si le das dos argumentos para comparar se enreda y termina confundiendo los efectos como causa y acaba convirtiendo a la ley en guillotina. Y al final, después de todo, eso es lo que deseaba: tener una guillotina portátil para decapitar cuando y donde le sea posible.
Como no tiene una preparación mínima que le permita razonar con criterio propio, acude al criterio ajeno, ese que siempre está a disposición del que detenta el poder. Y le empujan para “que le meta nomás”. En su última coronación tiahuanacota, le denominaron padre espiritual de los aymaras, se lo creyó agarrado de la mano de una anciana que no sabía lo que pasaba y en el Palacio de gobierno el señor García Linera le endulza el oído para convertirlo en el único, el grande, el poderoso justiciero que tiene la misión de limpiar la lacra de la corrupción.

Así que si el señor Evo Morales quiere debatir sobre la corrupción deberíamos aceptarle el desafío. Y bajarlo del pedestal al que se ha subido sin el menor pudor. En otras palabras hay que hacerle pisar “tierra” y ponerlo en su lugar. Las majaderías con las que se adorna no deben dejarse sin respuesta, eso es alimentar las percepciones populares de que es un elegido de los dioses.
Y quizás lo peor de todo es que Evo Morales desde su condición de Presidente del Estado Plurinacional es el mayor responsable del crecimiento de la coca en Bolivia y por tanto de aumento de la actividad del narcotráfico, esa es la mejor figura que tiene hoy día la corrupción en el Estado masista.
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