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domingo, 10 de enero de 2016

Walter Vargas nos recuerda que cuando Hernando Siles quizo reelegirse, el pueblo de La Paz se levantó en armas y obligó a Siles en 1930 a huir de Bolivia. el hecho histórico se repitió en 1964 cuando Paz Estenssoro se lanzó a la Presidencia, venció las elecciones pero al cabo de pocas semanas fue echado por Obando y por Barrientos, reponiendo en Palacio a un régimen de controversias que frenó la Rvolución de abril de 1952 y dio margen a dictaduras una tras otra que castigaron a Bolivia pod dos decenios.

Se habla mucho del intento de prorroguismo de 1964 de Víctor Paz Estenssoro, para ilustrar la resistencia natural que tiene el pueblo boliviano a las presidencias abusiva e ilegalmente prolongadas. Pero en 1930 hubo otro hecho, que no por más lejano en el tiempo deja de ser aleccionador y divertido, sobre todo cuando es encarado por la literatura, como en este caso por Alcides Arguedas, que escribió sobre el tema en su libro menos conocido: La danza de las sombras (1934). Me refiero a la intentona de modificar la Constitución para postularse nuevamente, llevada a cabo en la década de los años 20 del siglo pasado por Hernando Siles, detenida con una revuelta popular.

Arguedas no será precisamente un escritor atildado y de buen humor, pero la información que transmite da por fuerza al episodio rasgos al mismo tiempo oscuros y cómicos. Si a ello se suma la también jugosa "data” sobre esa época que aporta James Dunkerley, en Orígenes del poder militar, se obtiene como resultado una sabrosa página de la tragicómica historia política nacional.

Cuenta Arguedas, por ejemplo, que la de 1930 fue la primera revolución realizada con resuelta participación de las mujeres, quienes habrían instigado a los cadetes a enfrentar al Ejército a mediados de ese año (hay que presumir que so pena de perder su cariño si no lo hacían), para detener el proyecto prorroguista de Siles. 

"Quienes han hecho la revolución son las chicas Bustamante y Salmón. Ellas, con otras, son las que han empujado a los cadetes”, dice Arguedas que le había contado la esposa de Siles en el exilio de Arica.

Entre esas otras, agrega Arguedas, estaba una chiquilla llamada Yolanda Bedregal, "hija de otro gran escritor de espíritu selecto y generoso”. Es que las féminas andaban alborotadas ese tiempo: un año antes se había sancionado el divorcio absoluto (debido a lo cual, debo añadir como queja personal, yo pertenezco a una de las primeras generaciones de nietos de divorciados), y se había llevado a cabo la primera Convención de Mujeres, organizada por María Luisa Sánchez Bustamante.

Sobre el hecho de armas propiamente dicho, Dunkerley cita por su parte el informe de la embajada británica de entonces: "Los cadetes, de doce años para arriba, dieron un excelente ejemplo: dieciséis de ellos mantuvieron acorralado por varias horas a un regimiento con ametralladoras  (…) no vi soldado en el pueblo en el curso de la batalla, por lo tanto, se podría decir que la revolución fue hecha por escolares”. Hay que concluir entonces que una oportuna intervención infanto-juvenil y de ambos sexos dio por tierra con la pretensión nacionalista de torcer la Constitución y habilitar a Siles para gobernar más tiempo. 

En cuanto toca a las causas de esta aventura política, llama la atención las razones que aduce un famoso politiquero de esos años: Abdón Saavedra, hermano de Bautista, predecesor de Siles en la presidencia, para explicar el comportamiento político de éste:

"Hay quienes piensan, y yo estoy inclinado a participar de esta opinión, que el servilismo que rodeaba al señor Siles, unido a su innata megalomanía, le hizo creer que era un predestinado, cuya misión en favor de la República no había aún terminado. Otros sostienen que en el señor Siles se despertó esa sed de mando tan común en los déspotas, y hay quienes afirman que el señor Siles quiso prorrogar sus funciones con el propósito de rehacer su fortuna adquirida en el gobierno”.

"Algunos piensan”, "otros opinan”; la historia es así, un revoltijo de interpretaciones que lo dejan a uno siempre perplejo. En cualquier caso, casi huelga decir que las coincidencias con el presente son llamativas. Y más allá de la compleja causalidad, el hecho se produjo, y su fracaso es ejemplo de cómo a estas ideas no les va bien en el país.  

En fin, y para no desesperar, hay que razonar que algo hemos avanzado, porque no se prevé que en el presente caso de abuso de poder que estamos viviendo, un eventual triunfo del No en el próximo referendo tenga este tipo de consecuencias (finalmente el MAS tiene aún cuatro años por delante). Ocurrirá nomás como en Venezuela, que a la balandronada desesperada seguirá la aceptación de los hechos.

Wálter I. Vargas  es ensayista y crítico literario.

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