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domingo, 12 de agosto de 2018

valioso. el incomparable aporte del Palacio de la República a la historia nacional. Carlos Mesa nos lo recuerda. Paso a paso.



Palacio Quemado. Recordatorio para “olvidadizos”



En estos días truculentos y surrealistas que nos toca vivir, en los que el robo de la Medalla del Libertador es la metáfora más descarnada de la realidad de los poderosos de hoy, se ha inaugurado el edificio que será la sede de la presidencia y que se ha construido a imagen y semejanza del Presidente Morales. Es también una metáfora, la de un legado que retrata el espíritu de quien alguna vez fuera un combativo dirigente sindical nacido de las entrañas populares de la nación.
La pretensión al trasladar las oficinas y la vivienda presidencial, es “dejar atrás a la República” y en lo posible menoscabar la significación del Palacio Quemado, trasladando a sus instalaciones oficinas de la administración pública.
Pero la República permanece testaruda y orgullosa (reconocida explícitamente en el texto constitucional de 2009) y allí está la Casa de Gobierno que encargó el vencedor de Ingavi, José Ballivián en 1846. No parece hoy una casualidad que quien la inauguró en 1853 fuese uno de los presidentes más vinculados a los artesanos, los gremiales y los sectores populares, Manuel Isidoro Belzu. Ciento sesenta y cinco años han pasado desde entonces. Quienes pretenden reinventar la historia se llenan la boca con la supuesta simbolización del “colonialismo y el neoliberalismo” que en su sesgada opinión representa esta edificación. “Olvidan” (borran, hay que decir) momentos y medidas fundamentales en la ruta del país hacia saltos cualitativos y transformaciones de las que el régimen se dice heredero y que ocurrieron o fueron tomadas en este histórico edificio.
Agustín Morales (1871-1872) decretó la devolución de las tierras de comunidad a los indígenas en un paréntesis de la exvinculación iniciada por Melgarejo y continuada por Frías. Desde allí salió José Manuel Pando (1899-1904) para defender el Acre. Bautista Saavedra (1921-1925) implantó la primera legislación social en el país. David Toro (1936-1937) posesionó al primer ministro obrero, creó YPFB y llevó a cabo la primera nacionalización de nuestra historia, la de la petrolera estadounidense Standard Oil. Germán Busch (1937-1939) creó el Departamento de Pando, convocó a la Asamblea que aprobó la primera Carta Magna del llamado constitucionalismo social y estableció la obligatoriedad de la entrega del 100% de las divisas de las exportaciones mineras al Estado. Enrique Peñaranda (1940-1943) impulsó el plan nacional (Bohan) de diversificación económica, integración y articulación del oriente. Gualberto Villarroel (1943-1946) convocó al primer Congreso Indigenal y abolió el pongueaje. Mamerto Urriolagoitia (1949-1951), promovió las notas diplomática de 1950 con Chile.
Víctor Paz (1952-1956) llevó adelante las medidas más significativas de cambio con la Reforma Agraria, el Código de la Educación y el Voto Universal, además de la nacionalización de las minas. Hernán Siles (1956-1960) promulgó el Código de Seguridad Social. Rene Barrientos (1966-1969) promulgó la Constitución de 1967, el texto que sirvió como columna vertebral de la reivindicación de la democracia que vendría. Luis Adolfo Siles (1969) suscribió el Pacto de Cartagena, el ingreso de Bolivia a los sistemas de integración regional. Alfredo Ovando (1969-1970) hizo la segunda nacionalización del Petróleo al expulsar del país a la Gulf Oil Co. Juan José Torres (1970-1971) inauguró la primera fundición de Estaño en Oruro. Hugo Banzer (1971-1978) realizó la negociación marítima más importante con Chile antes de La Haya. David Padilla (1978-1979) encaminó al país hacia la conquista de la democracia, elecciones que permitieron la primera reunión del Congreso desde 1969. Lidia Gueiler (1979-1980) fue la primera y única mujer Presidenta de nuestra historia. Walter Guevara (1979) logró la trascendental resolución de la OEA sobre nuestra mediterraneidad. Hernán Siles (1982-1985) abrió la senda de la democracia plena para Bolivia. Víctor Paz (1985-1989) salvó al país del desastre económico. Jaime Paz (1989-1993) promulgó las primeras leyes ambientales y promovió el fortalecimiento de la institucionalidad democrática. Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997) llevó a cabo la Participación Popular, la Reforma Educativa, la Ley INRA y otorgó el primer bono de nuestra historia (el bonosol). Su reforma constitucional reconoció el carácter pluricultural y multiétnico de Bolivia.
Jorge Quiroga (2001-2002), institucionalizó la Aduana, el SNC y el SIN, además de varios ministerios. Finalmente, mi gobierno (2003-2005), incorporó en la CPE la Asamblea Constituyente y el Referendo, reconoció a las Agrupaciones Ciudadanas y de Pueblos Indígenas e hizo el primer referendo de la historia, el de la recuperación de nuestros hidrocarburos.
No es poco para recordarles a quienes detentan hoy el gobierno, lo que atesora el palacio Quemado entre sus paredes y algunas de las razones por las que debe ser preservado para las futuras generaciones.

jueves, 12 de abril de 2018

Todavía tratando de corregir defectos. qué raro. han pasado varios años sin que tengamos lamentar estas fallas y ahora sucede que es la segunda vez y sólo en este blog, de los 29 que mantenemos vigentes. de nuevo el Editor invoca tolerancia y les pedimos regresar al sitio más tarde, Cuando esperamos que las fallas de "blogger" estén reparadas. Gracias.
por algún motivo se ha producido un fallo técnico, de modo que vamor a reinsertar algunos textos que perdieron su formato original. les rogamos tolerancia. y regresar a Granitos, algo más tarde. Gracias. El Editor.

martes, 10 de abril de 2018

nos relata con tal naturalidad y buen gusto, que es un placer recorrer el texto de don José Antonio Loayza Portocarrero. retornamos a la historia de Simón I. Patiño, esta vez el momento del hallazgo de la veta más famosa en la historia mundial del estaño.

EL NEGRITO SALVADOR DE “LA SALVADORA”
Esto no es historia, y no creo que sea un fenómeno suprasensible, pero prefiero decir que es extraño para no desorbitar lo racional, aunque sé y lo sé bien, que la fantasía es lo más próximo a la realidad.
Algunos escritores sostienen que doña Albina, enterada de los apuros de su esposo Simón Patiño, en la difícil administración de la mina La Salvadora, vendió sus joyas, muebles y algunos objetos que poseía en Oruro por $us. 4.000, con el fin de viajar y socorrerlo. Pero la sabiduría vieja sabe y dice que Albina nunca tuvo joyas ni nada de valor para ayudar a cubrir las deudas, sueldos, provisiones, etc. Y aquí viene lo insólito, una tarde cuando salía del templo después de dejar sus oraciones, encontró en las gradas a un niño de piel negra que le causó compasión, él dijo llamarse Salvador, al verlo con la angustia de no haber comido le llevó a su casa, el niño comió ávidamente y luego durmió sobre un jergón muy abrigado que le preparó. Lo cierto es que Albina lo protegió como a un hijo más, y entre gracias y bromas le pidió que le de suerte. Salvador le miró contento por el pan que tenía en la mano, y le dijo: “No sólo les daré suerte, llenaré de millones La Salvadora para que ustedes lo multipliquen por millones de felicidades”, Albina sonrió por su picardía, y en vísperas de viajar, le dijo a Salvador que él iría con ellos.
Días después, el capataz Menéndez, vio que una carreta venía cargada de canastos y cajones.
—¡Patrón, vienen una carreta ¿No serán gitanos?
Simón vio a la lejanía, y después de adivinar quienes eran, miró ceñudo el horizonte...
—¿Alguien llega patrón, no serán los Artigue? —dijo asustada Saturnina Sarco.
—No Saturnina, es mi familia, no dejes que agonice el fuego de la hoguera y coloca en la olla más caldo y más verduras para mejorar el sabor del rancho.
Una hora después llegó Albina, traía en sus brazos a su hijo René, en un aguayo cargaba al niño Antenor; y atrás, cuidando las cosas, venia Salvador.
—¡Albina, por qué viniste! No debiste venir, temo que todo esto no sea de tu agrado. Pasa a la vivienda, mira, yo duermo en este lecho, es blando y hondo como un nido.
—¡Ah, estoy cansada Simón!, Rene te contará del pájaro que vio, dice que era raro porque tenía un pico en la cola y una cola en el pico... ¡Pero si tu lecho es de piedra con maderos y barro!
—Hoy es eso Albina —dijo Simón, abrumado—, pero algún día, por lo que hiciste y haces con todo tu cariño, te juro que te construiré un palacio...
—Aguanta Simón, algún día por lo que hiciste y haces serás un rey. Ahora no mojes con tus lágrimas la alfombra mineral de nuestro reino.
En el tiempo Albina aprendió a congeniar con los obreros, en especial con Saturnina, con quien cernía la tierra extraída del socavón, llevaba en la carretilla lo poco que había para moler en el quimbalete de piedra, y luego cocinaba la merienda en un fogón que en las noches servía para recalentar los ladrillos para el frio de los pies, porque el perro sin pelo había muerto. Un día, mientras Albina golpeaba la olla avisando que ya servía la lagua con tiras de charque… vieron que Menéndez bajó de la mina corriendo y dando gritos. Simón esperó que llegue pronto para decirle tres furibundos desprecios y no olvide que el único mandamás de modales incorregibles, era él...
—¡Patrón, suba de inmediato, llegamos a los 30 metros!
Simón se puso lívido, vio que en los ojos de Menéndez había brillos que no eran sílices. Se levantó, ¡había suficientes indicios! Saltó y subió los 250 m. de cuesta del cerro como si estuviera bajando.
—¿Mírenlo, lo vieron correr así? —Gritó Albina—. ¡Parece que sucedió algo!
Después de tres horas, Simón bajó de la mina arrastrando con sus pasos torpes una avalancha de piedras. Cargaba en sus hombros tres capachos húmedos. Estaba aturdido, tartamudeaba.
—Albina, ¿los corredores por dónde corre la corrida del corredor?... ¡Pienso que es nomás lo que es! Dijimos que diríamos lo que debíamos decir, porque diciendo se habla, y vamos a hablar, ¿Entiendes?... Él dice que es, pero dice y dice, ¿y si no es, y si es? ¡No sé Albina, no sé!...
—¡Traigan un vaso de agua! ¿Qué pasa Simón, hablas sin noción. ¿Te sucede algo?
—¡Yo le explico doña Albina —dijo Menéndez—, creo que encontramos la veta, es una veta ancha.
—¡Menéndez! –Ordenó Simón con un exceso de altivez—. ¡Ensilla mi caballo, y que los perros dejen de lamer mis botas que aún soy un nadie! ¡Dónde están los capachos con las muestras, dónde están!... Ya me robaron, pero puedo olerlos, puedo olerlos… ¡Dónde están, dónde están!...
—Están en sus hombros patrón...
—¡Ajá, ladrones. Ahora que está fresco el mineral volaré sobre las montañas a Huanuni!
—Irás mañana Simón, el mineral no se pudrirá, y mañana estará tan fresco como ahora. Descansa...
Antes que salga el sol, Patiño y su ayudante bajaron la cuesta, subieron por una colina y recorrieron cuestas y cerros. Cuando llegaron a la hondonada para descender por el río de Huanuni, Simón sacó el látigo para apurar el trote, luego empezó a galopar, finalmente comenzó a correr mientras el peón le advertía que no lo hiciera. Corrió sin parar hasta que llegó a la firma británica Penny & Duncan, donde buscó al laboratorista y le dijo que analice las pruebas, ¡Ahora mismo!
—Señor, mañana le daremos el resultado...
—¿Mañana? ¡Y por qué no puede ser hoy!...
—Descansemos patrón —Le rogó el peón que por fin lo alcanzó.
—¡Descansa tú, yo no tengo ganas, mañana es mucho tiempo! ¡Necesito que mañana sea hoy!
Al día siguiente Salió el químico con unos papeles y luego de ordenarlos con dos golpecitos, llamó a los interesados con su voz remilgada, y buscándolos con sus anteojos microscópicos, gritó: ¿Señor Simón Patiño? ¡Lo felicito, el resultado del ensaye indica que una de las muestras tiene 58% de estaño, la otra 56% y la tercera 47%! Es la veta más rica del país y quizás del mundo...
Al poco tiempo, Simón se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. En su primera entrega ganó ¡£ 83.000!, cuando la £ valía Bs. 15. El Presidente de la República ganaba 30.000 al año, o sea, £ 2.000 libras, ¡y Simón ganó 500 sueldos más que él! En un año ganó £ 1.000.000, o sea Bs. 15.000.000, dos veces más que el Presupuesto General de la Nación, que en 1900 fue de Bs. 7.331.400. Si antes su producción no pasaba de 39 quintales al mes, o un poco más de un quintal por día, en el futuro produciría más de 20.000 quintales por día!
Pero después de un tiempo el niño al que Albina conoció como Salvador, desapareció… Albina sufrió un tiempo su ausencia, había notado en sus ojillos una extraña mirada de porvenir, y en el profundo de su ser un enjambre de misterios.
Años más tarde en un paseo por Uncía, Albina se enteró que un libanés vendía obras de arte, cuando visitó el almacén, quedó paralizada por la sorpresa al reconocer que una de las obras era el negrito Salvador, con el mismo traje de diario que ella le compró, sentado en la silla enclenque. Hoy esa figura se exhibe en la Casa de Cultura de Oruro, en el palacete de los Patiño, en esa tierra donde el cóndor, las hormigas y sapos, se convirtieron en piedra después que la Virgen morena los castigó.
Yo el negrito, acarreé el estaño donde el sol dora,
y por ser amiga le regalé a Albina “La Salvadora”,
desde entonces me llama Salvador, por servidora.
Soy ajeno a estas creencias, cuando conocí la efigie del negrito no le puse mayor reparo que la curiosidad, pero el día que la familia de Patiño me hizo llegar la fotografía, admito que me asombré por el parecido. Espero que el relato les guste.

jueves, 8 de marzo de 2018

debo reconocer que nunca antes había leído a José Antonio Loayza Portocarrero, es la primera lectura y me ha gustado mucho por descubrir datos inéditos en este caso del gran personajes Simón I. Patiño, saber que Patiño era su apellido por Maria Patiño su madre y que don Ernesto Quiroga, bien conocido en Cochabamba era su hermano materno. interesante, gracias y esperaremos sus textos José Antonio


SIMÓN I. PATIÑO, DE LA SOLEDAD AL ESPLENDOR.
autor: José Antonio Loayza Portocarrero

Hace unos años viaje a Santivañez, antes Caraza, donde nació Simón I. Patiño, mi intención era conversar con don Oscar Saavedra, de quien me dijeron era el pariente autorizado para relatar su vida. Almorzamos juntos, y entre cuchara que va y viene, me hizo muchas confidencias, entre las muchas, ésta singular anécdota…
El año de 1878, Simón preguntó a su familia quién era su padre. Les dijo:
—Si Hilarión Daza lleva el apellido de su madre y no conoció a su padre; y Mariano Melgarejo lleva el apellido de su madre y no conoció a su padre. ¿Por qué yo no conozco al mío?
—Tu padre es el Dr. Julián Abasto ¿no te lo dijo tu madre?, dijo el tío Juan y se retiró a dormir.
Días más tarde Simón partió de Cochabamba en un caballo y a media hora de trote y a dos de galope llegó a Quillacollo. Pasó por las frondosas ramas encorvadas por la lluvia y entró al templo donde los aldeanos piadosos encendían cirios y soplaban incensarios logrando espesas humaredas. Rezó con tono reposado por el padre de su padre y por el padre del padre de su padre que dio la vida por él y formó su fe. Luego se santiguó, y salió a buscar la notaría de fe pública donde atendía el Dr. Julián Abasto. Al entrar y verlo, sintió miedo, y con una sonrisa menguada por la timidez, saludó:
—Doctor Abasto, buenos días... No sé si me reconoce...
— ¡Tienes algún pleito, o vienes por preguntar nomás!
—Soy Simón. Mi madre les dijo a los míos que usted es mi padre.
— ¿Yo tu padre? ¡Y quién es tu madre!
—Es María Patiño. María, como la madre de nuestro Señor.
— ¡Tu madre miente! ¡Yo no soy tu padre, tu padre será Quiroga, o Velasco, o quién sabe!...
Simón salió de la notaría, bajó el escalón y chocó contra el pórtico. Su vida estaba perdida, su mente se anubló de dolor, y con la fuerza divina que le llegó de dónde, volvió a entrar. Lo miró a Julián Abasto como nunca había mirado a nadie, y con los ojos achinados y una sonrisa punzante que le duraría por siempre, le dijo con una voz candente y temblante:
— ¡Gracias doctorcito por librarme de esta angustia. Créame que por un momento temí que me insultara diciendo que era mi padre. Uno sueña que su progenitor sea un hombre de verdad, que no se esconda tras la cobardía. Considere esta visita como una simple consulta, —y lanzó unas monedas sobre la mesa −, no es nada, pero es cuánto vale su cortés atención. Hasta nunca doctor.
—Maleducado. ¡Fuera de aquí, piérdase por donde vino!...
— ¡Ya me buscará… y le devolveré sus palabras, soy Simón Patiño, no me olvide!...
Simón subió al caballo, dobló la esquina y con el paso engañoso se alejó de la frustración, y cuando ya nadie lo veía, se apoyó al pie de un sauce y se enrolló igual que un feto dentro el vientre ausente y gimió como si el parto lo expulsara a la verdadera vida y aspiró el primer sol de Orckupiña, el mismo sol que hizo que las nubes parecieran estaños pulidos por la proximidad de la luna...
ORURO, 30 AÑOS DESPUÉS, EN LA MANSIÓN DE LA CALLE DE LAS ARTES…
Simón caminaba con bata y mantón sobre las losas venecianas de su mansión. Había descubierto unos años atrás, la mina de estaño más grande del mundo y era el tercer millonario del planeta. Viajó a Cochabamba para presidir las reuniones de su Empresa de Luz Eléctrica, facilitar donativos a varios templos a nombre de él y de Albina, y sostener una reunión en la oficina del Banco Mercantil, donde atendió además a personalidades que deseaban negociar y conversar con él.
Un día antes de retornar a Oruro, el secretario que atendía las audiencias, le dijo que en la agenda había un señor de avanzada edad que insistía desde días atrás en darle una gran sorpresa. Simón después de averiguar quién era, sonrió con su boca chueca antes de ordenar al secretario que acomode a la visita en su despacho y los deje solos.
El anciano ingresó al escritorio más bello que jamás había imaginado, y se sentó con las piernas cruzadas para conversar mucho tiempo, pero luego se levantó radiante de gozo cuando ingresó Simón, y con su sonrisa de referencia de haber si me recuerdas, le extendió sus dos brazos muy cordialmente; a cuyo gesto Simón no correspondió, y le preguntó sin cortesía:
— ¡Tiene algún pleito o viene por preguntar nomás!
— ¡Simón... Hijito, soy tu padre, soy el doctor Julián Abasto... venga un abrazo!
— ¿Mi padre? ¡Usted miente, yo no soy su hijo, su hijo será Quiroga, o Velasco, o quien sabe!...
Simón acercó su nariz hasta la nariz del anciano, y con voz baja, incisiva y mordiente, lo sentenció:
—Se lo digo ahora: doctorcito, si acaso no se lo dije antes: Cuando uno amanece en la elevada cumbre, es imposible que distinga a los perros entecos del llano. ¿Entendió? —Pulsó el timbre y ordenó al secretario que acompañe al fulano hasta el portón de la caballeriza y no lo deje entrar más.
Pero después de la dulce mermelada vino el triste amargo. El gerente del banco, don Juan G. Graue, tuvo el encargo de invitar a Simón, a nombre de los empleados, a una recepción antelada en una respetable quinta de la calle Comercio, muy cerca al banco. Esto fue después de haber tratado inútilmente de conseguir el salón del Club Social, donde los decentes, sentados en las dormilonas de la residencia de quien fuera el más prestigioso patriota, don Francisco del Rivero, se negaron a prestarlo por su condición de mestizo…
¿Mestizo, decente? ¿Acaso el alcahuete de traje, moño y copete es decente?
¿Acaso no vende a ocultas su delicioso jigote el decente de erguido cogote?
No es la piel la que hace al decente, ni el fajo de dinero que hace al decente.
Es la humildad en el orgullo y el orgullo en la humildad que hace al decente.
A la hora de la recepción, después de los saludos de circunstancia y las expresiones de encomio, apareció en el salón un caballero muy distinguido de apellido Velasco, vestía traje gris, quizás plomo, y una vez que encargó al mozo su sombrero y su bastón con pomo de porcelana, se dirigió a la concurrencia con la soltura de quien acostumbra dar la primicia de un brindis y habló casi deletreando:
— ¡Distinguidos señores, levantemos nuestra copa de champaña, en homenaje a la viva raíz y a la sangre que se reencuentra nuevamente! ¡Brindo por mi hermano de padre, por Simón!...
En ese instante, Simón se levantó aparentando no haber oído nada. Rechazó los pasteles de natilla, la copa de champaña, e indicó que se retiraba a descansar, pues al día siguiente tenía que partir a Oruro para atender otros asuntos. Él sabía que esa eventualidad ocurriría, lo que no sabía era cuándo, ni que su gesto de disgusto había sido tan notorio que no pasó desapercibido.
Al día siguiente partió sin dejar de ver a través del cristal el rostro de Velasco que por suerte se fue diluyendo entre la veloz floresta hasta perderse en la cuesta agreste y pedregosa donde los pajonales ya cimbraban de frío.

domingo, 11 de febrero de 2018

ñuflo Chávez juega un rol sin par en la Historia de Bolivia, resalta este rol el historiador Vásquez Machicado en la pluma de Carlos Mesa quién nos brinda una lección de bolivianidad al repasar la tarea de Nuflo ya en los albores de la colonización.

El nacimiento de Bolivia tiene una fecha: el 15 de febrero de 1560. Tan desafiante afirmación la hizo en 1955 el historiador Humberto Vázquez Machicado: “El 15 de febrero de 1560, fecha del nombramiento de Ñuflo de Chaves como lugarteniente de Gobernador de la provincia de los Moxos, que tal era el nombre que se dio al actual Oriente boliviano, señala, pues, la data precisa de la incorporación de esos territorios tropicales a la nacionalidad boliviana” (ensayo Orígenes históricos de la nacionalidad boliviana publicado en 1955).
La tesis de Vázquez, el historiador cruceño más destacado después de Gabriel René Moreno, es que nuestra nación, tal como existe hoy desde el punto de vista geográfico, jurídico y político, no se puede entender sin explicar el momento de articulación entre occidente y oriente. En su criterio ese vínculo no se produjo en el periodo indígena a pesar de la evidencia de testimonios arqueológicos, arquitectónicos y de crónicas que hablan de los avances y la presencia inca en el norte y en el este. Más allá de encuentros comerciales y desencuentros militares, no quedó un legado que enlazara ambas regiones de modo permanente.
No cabe duda de que es imposible hoy entender a Bolivia y sobre todo su coherencia y su unidad nacional, sin explicar los vínculos entre todas sus regiones, no por determinantes étnicos y geográficos, sino por la voluntad de los hombres y mujeres que los forjaron. Para nuestro historiador el momento estelar de esa fusión se produjo cuando Chaves partió de Asunción en 1558 y fundó en 1559 Nueva Asunción a orillas del río Guapay. Poco después se confrontó con otro conquistador, Andrés Manso, que llegó al mismo lugar proveniente del Perú, planteándose un conflicto de jurisdicciones entre ambos. Chaves decidió entonces –y esto es definitivo para nuestra historia según Vázquez– someterse a la decisión de Lima y no a la Gobernación del Paraguay que, dicho sea de paso, dependía de Lima. El virrey Hurtado de Mendoza falló a favor de Chaves y designó a su hijo García Hurtado de Mendoza como gobernador de las tierras reivindicadas. Pero Manso mantuvo el pleito, lo que obligó a una intervención de las autoridades de la corona. Pedro Ramírez de Quiñones, presidente de la Audiencia de Charcas y el tribunal de La Plata, su capital, fallaron decidiendo las jurisdicciones de Chaves y Manso. La decisión del capitán de someterse a Lima y la intervención de la Audiencia prueba, de acuerdo a Vázquez, el que “con ello se independiza para siempre del Río de la Plata todo el territorio oriental de la actual Bolivia y con personería propia se incorporaba a lo que entonces se llamaba el Perú”.
A partir de entonces Chaves, que fue quien realmente tomó control de la nueva Gobernación, fundó poblaciones, entre ellas la más importante Santa Cruz de la Sierra creada el 26 de febrero de 1561 en las cercanías de lo que hoy es San José de Chiquitos. Nuestro historiador recuerda que del total de hombres presentes en esa fundación, la gran mayoría habían venido del Perú, los que llegaron con Manso y otros muchos que el propio Chaves llevó desde Lima, Potosí y La Plata, y apenas algo más de cuarenta provenientes de la expedición de Asunción. Remata Vázquez: “hay que considerar a Santa Cruz de la Sierra como una fundación de origen peruano, tal cual lo sostiene Enrique Finot, y no paraguayo cual lo han pretendido muchos autores coloniales y contemporáneos”.
Continúa el trabajo indicando que además de las razones políticas y jurídicas, esa articulación entre lo que sería la Gobernación de Santa Cruz y su rol en el poblamiento y control de Chiquitos y de Moxos, tenía que ver con un vínculo esencial: el económico. Sostiene el estudioso que la atracción del Cerro Rico giró a Santa Cruz hacia el oeste “olvidando el camino del Paraguay”. Lo prueba a partir de la petición de autorizar a Santa Cruz a sacar indígenas de sus pueblos encomendados para que sirvan en las minas de Potosí. Poco a poco, además, la producción cruceña fue interconectándose con Charcas a través del comercio de azúcar, dulces, telas de algodón, tabaco, cecina, ganado en pie y otros. En lo político y jurídico la Audiencia intervino directamente en los asuntos de Santa Cruz como lo prueba dicho fallo que dirimió la disputa entre Chaves y Manso, y en el siglo XVII en la atemperación de disturbios en la época del gobernador Mate de Luna.
Santa Cruz le dio a Bolivia no sólo la incorporación de un espacio geográfico extenso y rico, sino un nuevo sentido de destino además de una evidencia crucial, la vocación atlántica del país a despecho de la errada visión que miró durante siglos exclusivamente al Pacífico.
Mirada lúcida del gran historiador que concluye “La estructuración definitiva de la nacionalidad está llegando, y si antaño se forjó alrededor del eje Potosí-La Plata (Chuquisaca), hoy lo hace sin limitaciones, alrededor de sus dos grandes componentes: El Ande y el Trópico”.   

El autor fue Presidente de la República