Después de una bufonesca huelga de hambre en la que seguramente percibió desde el más allá las energías ancestrales de Engels y Lenin, el presidente boliviano, Evo Morales, se ha dedicado a exportar su revolución y a entremeterse descaradamente en los asuntos internos de otros países del continente.
Con desafiante desparpajo se le ocurrió enviar una serie de mensajes explosivos a la IV Cumbre Continental de Pueblos Indígenas que tuvo lugar en Puno, la emblemática ciudad peruana, instando a “pasar de la resistencia a la rebelión y de la rebelión a la revolución”.
En efecto, los indígenas peruanos, que buscaban -legítimamente- conciliar sus diferencias con el gobierno peruano ante una ley de recursos naturales, se vieron respaldados por el gobierno extranjero de Morales y se lanzaron a la violencia en las calles de Bagua dándoles muerte a 25 policías y perdiendo, de paso, a nueve de los suyos.
Semejante clima de violencia, estimulado desde dentro por el Partido Nacionalista, el flamante corresponsal peruano de Chávez, Ortega, Zelaya, Correa y la familia Castro, tiene, por supuesto, el objetivo de desestabilizar a Alan García y preparar por cualquier vía el acceso al poder de Ollanta Humala.
Como si fuera poco, en medio de socarronas y sarcásticas declaraciones televisivas que no son sino la continuación de las burlas a que ha venido sometiendo al gobernante peruano, Evo Morales sigue alentando, ahora desde Cuba, el “indetenible proceso revolucionario en América Latina”.
En efecto, él se ha ido a La Habana, templo y faro de la revolución post-marxista en el continente, a abrevar en el Olimpo de las nuevas formas de violencia asimétrica y a recibir instrucciones de sus hermanos mayores para doblegar al Perú, pieza tan importante como Colombia en el esquema de propagación y consolidación de la revolución bolivariana.
De poco ha valido que la oposición en su país, encabezada por el presidente del Senado, Óscar Ortiz, le haya exigido que termine de una vez por todas con estas “actitudes impropias de un jefe de Estado” y que deje de “promover la violencia en otros países”.
Por el contrario, envalentonado, chocarrero y amante de la fullería, Morales vuelve a sostener desde La Habana que “nuestra responsabilidad, como la de los cubanos, es combatir el capitalismo”, donde sea y como sea. Interesante desafío. Curiosa fanfarronería. Suicida osadía.
Bogotá, Colombia
elnuevosiglo.com
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