Hasta para el menos perspicaz observador resulta bastante claro quién ganará y quién perderá en las elecciones generales del 6 de diciembre del presente año. Múltiples y contundentes son los signos que nos anticipan una catastrófica derrota de los partidos políticos de la oposición, frente a un oficialismo que desde la promulgación de la Carta Magna en actual vigencia, estuvo casi todo el tiempo dedicado a la concepción y ejecución de tácticas y estrategias dirigidas a barrer de opositores su camino hacia el control total de los tres poderes del Estado.
Cuántos desde la oposición van a tal consulta popular, en realidad, más que a competir contra Evo Morales y su partido, se enfrentan entre ellos mismos. La pulsada es por quién le gana al otro en imagen y aceptación popular. La suya es una carrera hacia el segundo lugar en los resultados electorales globales. No les preocupa para nada arribar cual enanos cuantitativos a tal colocación: difícilmente alguno de ellos podrían sobrepasar el 12%, de la votación global. Creen que a pesar de tan ostensible diminutez, la circunstancia de haber dejado atrás a los demás candidatos opositores en el conteo final de votos, les abriría las puertas a un progresivo y firme liderazgo nacional.
En política hay derrotas y derrotas. Cuando ellas son leves, porque el adversario se impuso por escasa diferencia en el conteo final de votos, igual que en el boxeo, el vencido no termina tendido en el “ring” político, sino de pie ante el adversario, preparándose para inferirle en el futuro golpes electorales que le desplacen del poder. Pero la derrota asume simbología de muerte para el opositor si aquella es consecuencia de un demoledor mazazo (cifra cercana a la mayoría absoluta).
Huelga decir que el gobierno hizo y sigue haciendo cuanto le es posible para propinar a la oposición tan determinante trompada. Obviamente que ahora que baja progresivamente en las encuestas (del 54% al 38%), carece de la fuerza necesaria para un golpe demoledor en las urnas. Por eso su firme determinación de que las justas de diciembre se ajusten al viejo y amañado Padrón Nacional Electoral. Este registro contiene miles de miles de fraudulentos registros. El Gobierno cuenta, además, de una modalidad de control comunitario del voto rural para alzarse con mas del 90% de los sufragios en las circunscripciones electorales campesinas e indígenas especiales, donde los opositores no podrán realizar campañas proselitistas por temor a los palos y chicotes masistas.
Entretanto, la oposición sigue totalmente fragmentada , siendo muy pocas las fracciones que entienden la necesidad de coaligarse, aunque en dimensión tan restringida (“frentes amplios”) que no significará contrapeso electoral cuantitativo alguno al que todavía tiene el MAS.
Pero la letra entra con sangre… Tras las elecciones de diciembre, la oposición, sin duda alguna, asumirá la lección, aunque ya demasiado tarde, porque a partir de 2010, los factores condicionantes de todo recambio político en el gobierno ya no correrá a favor de aquella, sino de una alternativa política totalmente inédita, de gran efecto concentrador, cuyo brazo en alto, en señal de victoria, acaso lo veamos en el cuadrilátero electoral de fines del próximo quinquenio.
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