La impresionante tragedia ocurrida la noche del lunes en pleno centro de la ciudad debe ser motivo de reflexión para el conjunto de la sociedad sobre la importancia de las normas, los procedimientos institucionales y los sistemas de control, tres aspectos que suelen mirarse de soslayo en esta comunidad, acostumbrada a vivir en medio del caos, la anomia y una peligrosa espontaneidad que a veces nos resulta cómoda, pero como se ha visto, puede conducir a la fatalidad. Es verdad que nunca se había visto un hecho de semejantes consecuencias como el ocurrido con el edificio Málaga, pero eso es producto de la providencia, antes que el fruto de la observancia del código de obras y urbanismo, violado constantemente por constructores, grandes y pequeños, ante la falta de capacidad del Municipio de imponer su autoridad y la ausencia de los medios indispensables para ejercer la supervisión. No hace falta ser experto en ingeniería ni en arquitectura o en seguridad industrial, para darse cuenta, cada vez que se observa una obra en construcción, de los peligros que corren albañiles, electricistas y otros obreros cuando desempeñan su trabajo, en muy malas condiciones, sin los implementos de protección necesarios y sin contar con sistemas de prevención de accidentes. Trabajadores sin casco, sin guantes, con ojotas en lugar de botines y a veces haciendo malabares en las alturas como trapecistas sin red. Lamentablemente, así como sucede con muchas otras actividades, la construcción está sumida en la informalidad y ninguna institución gubernamental, tampoco los gremios empresariales o los sindicatos de trabajadores, toman conciencia de la importancia de tomar alguna medida urgente. Es conmovedor lo que ha sucedido con los trabajadores que fueron sepultados por los escombros en el edificio Málaga y a eso hay que agregarle lo que pasa todos los días con obreros que se caen, que mueren electrocutados o que pierden algún miembro por la falta de prevención y de quién obligue, controle y sancione. El edificio Málaga estaba por ingresar a su etapa final después de varios años de trabajo con un prolongado período de interrupción. Nadie duda de la capacidad de ingenieros y arquitectos y sería injusto precipitar sospechas sobre la integridad de aquellos profesionales y los propietarios. Lo que conviene es indagar concienzudamente si es que aquel emprendimiento cumplió con todos los pasos que tienen que ver con la fiscalización y el control y es en este ámbito en el que el Municipio debe rendir cuentas sobre el papel que cumplió en todo este tiempo, con el fin de deslindar responsabilidades. La sociedad merece una explicación abundante y satisfactoria y en lo futuro, el Municipio, el Plan Regulador, la Sociedad de Ingenieros, el Colegio de Arquitectos, la Cámara de la Construcción y los gremios de trabajadores, necesitan establecer una alianza para declararle la guerra a los que violan las normas urbanas. La ciudad seguirá creciendo, no hay duda, y la construcción es uno de los sectores más importantes de la economía, pero justamente el caos es un factor que va en contra de estos aspectos y obviamente también atenta contra la vida, algo que no se puede permitir.
Es verdad que nunca se había visto un hecho de semejantes consecuencias como el ocurrido con el edificio Málaga, pero eso es producto de la providencia, antes que el fruto de la observancia del vódigo de obras y urbanismo, violado constantemente por constructores, grandes y pequeños, ante la falta de capacidad del Municipio de imponer su autoridad y la ausencia de los medios indispensables para ejercer la supervisión.
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