Estados Unidos a punto de declararse en bancarrota, o por lo menos en moratoria de pagos. El mundo entero mira el espectáculo con asombro y miedo.
Pocos antecedentes hay de imperios tan grandes que hubieran caído. Hacer un rápido repaso de las causas podría abrir los ojos de quienes manejan imperios actuales, o paisitos pequeños, pero con criterio imperial.
El imperio romano entró en crisis en el siglo III. Los problemas: escasez de mano de obra rural, baja producción de los esclavos, menores rendimientos de la agricultura y el comercio, empobrecimiento de la burguesía urbana; no se podía pagar a los funcionarios ni a los soldados (la palabra viene de “soldi”, dinero). El imperio romano no tenía deuda externa: todos los demás pueblos del mundo eran sólo bárbaros (algunos siguen siéndolo).
En el siglo XVI se dio la caída de otro gran imperio, el español. En la enciclopedia se lee: “Los ingresos, provenientes sobre todo de la plata americana, eran ingentes, pero los gastos lo eran todavía más. Parte de la causa de aquel derroche se encontraba en la necesidad del recurso al crédito: las campañas militares no podían esperar al momento de la llegada de los galeones procedentes de América a Sevilla; y cuando finalmente la plata desembarcaba, iba a engrosar directamente las bolsas de los prestamistas que habían adelantado el dinero a elevados tipos de interés.”
Don Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, testigo de la época, hizo una acusación:
Poderoso caballero es don dinero.
(Don dinero)
“nace en las indias honrado,
donde el mundo lo acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado”.
Ganaban, también entonces, los usureros.
La manera cómo encaró el problema el rey Felipe II tendría que inspirar a Barack Obama, aunque sin hacerse muchas ilusiones.
“En 1575, el Estado español, dueño en ese momento, de medio mundo, hubo de declararse técnicamente en bancarrota, suspendiendo los pagos. Felipe II pudo evitar al fin la declaración formal de insolvencia.”
Felicidad Buendía dice: “El oro de América se diluía en malas administraciones sin que colmara las ávidas manos de los ambiciosos.
El pobre hidalgo y el pobre diablo que no contaban con recursos para mantenerse, se alistaban en los tercios (unos “rambos” de la época), y cuando regresaban a la patria, llenos de glorias y de heridas, no les esperaba ni siquiera una oscura miseria.”
Aumentaban las importaciones de bienes conforme los españoles se hacían menos aptos para producirlos.
Moraleja: no es bueno acostumbrarse a ingresos extraordinarios, ni legales ni (mucho menos) ilegales.
Ahora, el imperio del momento está haciendo ruidos. El problema principal sigue siendo el derroche. Dice Edward O. Wilson que para dar a todos los habitantes del planeta el mismo uso de la tecnología de los norteamericanos, se requerirían cuatro planetas tierra. Según el documental “Too big to fall” (basado en la novela de Andrew Ross Sorkin y dirigido por Curtis Hanson) la crisis del año pasado obligó al tesoro de Estados Unidos a inyectar 750.000 millones de dólares al sistema bancario, en vano. Gran parte de ese dinero terminó “en Génova enterrado”. Los banqueros de ahora no usaron el dinero en préstamos para ayudar a la economía.
Dura tarea la de los imperios.
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