Los bolivianos declaramos con frecuencia nuestro orgullo por vivir en un territorio rico, casi virgen y privilegiado. Todavía aquí se puede respirar algo de aire puro. Aún se puede celebrar largamente y sin la presión del tiempo acontecimientos como el 6 de agosto, las fiestas regionales y las patronales, los encuentros familiares y otros acontecimientos más masivos como los carnavales. Todavía se puede almorzar en el mediodía con la esposa, los abuelos y los hijos. Aún nos damos tiempo para cenar una noche, tomar un café una tarde o pasear un fin de semana con los amigos y los parientes.
Cuando falta comida, no falta una mano solidaria para acercarnos algo de alimento. Cuando caemos en una desgracia o una enfermedad, aparece un vecino para consolarnos o ayudarnos. Cuando el forastero está desorientado, no faltan la guía y la hospitalidad del anfitrión. El boliviano es simple y solidario. Que hay excepciones, por supuesto. Pero son valores humanos a veces escasos en otras sociedades más ricas y avanzadas.
Aquí todavía los vecinos se conocen y pueden conversar. Aquí todavía en las empresas se comprenden las urgencias y contratiempos de un trabajador. Esto también es riqueza. A nuestra manera, los bolivianos encontramos la forma de ser felices, porque la felicidad no es únicamente bienestar material. Que falta mucho para tener calidad de vida, por supuesto. Que muchas veces sobra la fiesta y falta trabajo, también. Que la informalidad y la desorganización frenan el intento de avanzar a más velocidad y mejorar el funcionamiento de la vida en sociedad, es una constatación irrefutable.
Bolivia tiene mucho potencial para despegar y ser feliz. No es modelo, pero puede serlo. ¿Qué le falta materialmente? Alguien dijo que únicamente el mar. ¿Cuánto impacta esta necesidad en el desarrollo nacional? Por supuesto que demasiado, pero no de forma concluyente e irreparable. En el mundo hay países sin mar, pero con sociedades satisfechas.
Llega otro 6 de agosto, con motivos para el orgullo pero también para el desconcierto y el pesimismo. En la pluriculturalidad boliviana hay una veta enorme, como lo hay en su diversidad geográfica y en su variedad de recursos naturales. La calidez de la gente boliviana y la riqueza de su territorio tienen que enorgullecernos, pero también hacernos reflexionar sobre el porqué, teniendo todo eso, nos estancamos y nos cuesta tanto entendernos.
Hay que cambiar ciertos rumbos, sobre todo en la política boliviana. Se ha visto con beneplácito la llegada al poder de sectores históricamente excluidos, sobre todo porque eran las grandes mayorías del país. La conquista de espacios de influencia no ha sido suficiente para modificar realidades dramáticas.
Cuesta mucho todavía conseguir acuerdos nacionales y es más fácil para los gobernantes imponer visiones y decisiones, sin incluir a todos los actores. Ello conduce a una conflictividad permanente e insostenible. Bolivia no puede avanzar con paros ni con bloqueos casi todos los días. La confrontación y la violencia creciente de los últimos tiempos descomponen las relaciones y la armonía en la que debe convivir una sociedad.
Gobernar no debe ser sinónimo de dominar, pues el resultado siempre será una ciudadanía desconcertada, con un malestar latente que, cuando estalla, provoca un impacto parecido al de una bomba. Más allá del orgullo por nuestras riquezas y valores todavía vivos, reflexionemos este 6 de agosto sobre el rumbo de la nación y el aporte que cada ciudadano puede dar a la convivencia pacífica de los bolivianos.
Bolivia no puede avanzar con paros ni con bloqueos casi todos los días. Gobernar no debe ser sinónimo de dominar
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