Previus. aquel dia 17 de julio de 1980 muy temprano desde Radio Cosmos leía las noticias de las 7 que daban cuenta de la toma de Trinidad por los militares sediciosos. el golpe se extendió rápidamente y los paramilitares hacían de las suyas. el grupo de Gary Alarcón llegó a la emisora en tres vehículos y subieron ruidosamente las escaleras gritando a voz en cuello mi nombre. los vi marcharse a los 10 minutos desde el edificio de enfrente, calle Sucre de la oficina del Dr. Hugo del Granado (padre de Juan del Granado) amigo de la familia y a quién visitaba casi todos los días, después del noticiero para dejar mis papeles en la oficina contigua que la teníamos alquilada con Luis Loza Castro y Eduardo Pérez para asuntos de promoción. aquel día a las 10.00 llegó la orden de clausurar todas las radioemisoras del país e impedir la salida de los diarios, que sin embargo continuaron publicando en medio de una autocensura tajante. aquel día, horas más tarde reunido en la azotea del hotel Capitol con un imponderable amigo Fernando Baptista y Jaime Bedregal concesionario nos pusimos de acuerdo para redactar volantes, denominados "palomitas" por el tamaño del papel "soldado de la Patria no dispares contra tus hermanos" "los paramilitares armados por García Meza y Arce Gómez están matando patriotas hay que denunciarlos ante el mundo" y otras consignas que escribí a máquina y que Fernando y Jaime se encargaron de distribuir en los sitios concurridos como la cancha, las plazas, los mercados...aquel día decidí dejar el hotel y marcharme a La Paz, para reunirme con mi familia que vivía entonces en la casa de Martín Freudenthal en San Jorge vecina de la Nunciatura. aquel día fue el principio del cambio en mi existencia. cambié de domicilio de Cochabamba a La Paz, más tarde de La Paz a Buenos Aires y de allí a mi destino final en Gotemburgo.
Hace 32 años, en la madrugada de un día como hoy, comenzó a escribirse una de las páginas más oprobiosas de la historia contemporánea de nuestro país. Ese día, una combinación entre la estrechez de miras de los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad boliviana, las organizaciones pioneras en el negocio del narcotráfico, los afanes hegemónicos de militares inspirados en la dictadura argentina y sus métodos, y el servilismo de algunos de políticos civiles, hizo posible que se aseste un feroz golpe de Estado contra la naciente democracia.
Los autores de la aventura aseguraron que con su acto se inauguraba una era de “por lo menos 20 años”. “Democracia inédita” llamaron a su despropósito y en su nombre, durante los dos años y tres meses que duró su vigencia, sus protagonistas causaron enormes daños a nuestro país. El asesinato de dirigentes, la persecución indiscriminada, la aplicación sistemática de la tortura fueron prácticas rutinarias de un desgobierno generalizado, y no fueron menores los estragos ocasionados a la economía, al sistema político y a las relaciones exteriores de nuestro país.
Conviene también recordar que este golpe de Estado fue posible por la resistencia de muchos sectores de las élites políticas y económicas por entonces dominantes a aceptar que nuestro país requería con urgencia profundos cambios, muchos de los cuales afectarían inevitablemente sus privilegios e intereses.
Fue ese afán por detener la rueda de la historia, que por entonces se expresaba a través de la inauguración de un sistema democrático, el que motivó a gran parte de los miembros de las Fuerzas Armadas, un sector importante del empresariado privado y algunas organizaciones políticas que se desarrollaron al amparo de las dictaduras a unir sus fuerzas sin comprender que ya no estaban dadas las condiciones, ni interna ni externamente, para la consolidación de regímenes autoritarios.
Es bueno recordar hoy tales acontecimientos por dos razones fundamentales. La primera es que mantener frescos en la memoria los hechos de la historia es la mejor manera de evitar reincidir en los errores colectivos y reproducir, en cambio, los aciertos. Y la segunda, es que pese al tiempo transcurrido hay aún tareas pendientes que mientras no sean del todo cumplidas permanecerán como un lastre que nos atará al pasado.
La tenacidad con que continúan imponiéndose poderosos intereses que impiden el pleno esclarecimiento de los hechos que hoy recordamos, como los que se resisten a la apertura de los archivos militares relativos a cuanto ocurrió el 17 de julio de 1980 y los días posteriores es la máxima expresión de lo dicho. Y precisamente por lo importante que es mantener viva la memoria y esclarecer los hechos, es también necesario rechazar cualquier intento por banalizar lo acontecido prestando oídos y dando fe a quienes están más interesados en eludir el juicio de la historia y en proteger a quienes todavía gozan de impunidad e incluso mantienen bajo su control importantes hilos del poder.
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