El ilusorio régimen plurinacional se queja de que no hay inversión extranjera, después de haberla ahuyentado. Veamos el caso de Brasil.
Ocurrió el desdén altiplánico a la intención brasileña de convertir la millonaria inversión en el gasoducto San-São (Santa Cruz de la Sierra-São Paulo) en relación binacional privilegiada, signada por un cordón umbilical energético que alimentase fábricas del núcleo industrial más grande de Sudamérica. Optó por nacionalizar hidrocarburos, mera renegociación de contratos, así fuera exitosa para el país. Cedió la arena mediática al histrionismo mussoliniano del jefazo boliviano, con milicos armados atropellando predios civiles brasileños e hiriendo el orgullo del gigante vecino.
Las inversiones brasileñas se fueron al Presal, cuenca donde un manto de sal cubre reservorios de petróleo y gas en su mar territorial. Los hallazgos los hicieron una potencia petrolera. Sopapeando la mejilla izquierda boliviana, traspasaron inversiones a Perú y a Venezuela. Abofeteando la derecha, con nuestro gas ejecutan solos una petroquímica a ser binacional y con producción a venderse en Brasil. El sana, sana, culito de rana fue continuar comprando gas a Bolivia.
Luego vino la estúpida pose pachamamista con las hidroeléctricas del río Madeira. En sus alcances había dos brasileñas, una binacional, y otra boliviana. La majadería altiplánica soslayó jaquear el frustrado arrumaco con Chile, con esclusas que dieran acceso marítimo por el río Amazonas. Desdeñó millones de dólares perdiendo el único cliente de excedentes. Hoy sueña con industrias sin energía y el país alista velas y lampiones. Hablan de inversiones chinas, cuando no pueden proveer energía a la Jindal, a la que exigen lo imposible sin gas, en un Mutún vergonzoso que exporta polvo ferroso a procesar en acero en Paraguay.
Falta reventar el puchichi de los proyectos camineros. La adjudicación de carreteras en Bolivia es banquete que siempre ha reunido a buenos dientes de variada filiación partidaria. Espectacular ha sido el copar proyectos de monta en este Gobierno por la empreiteira brasileña OAS. ¿Qué hay detrás? Nada bueno, salvo la lógica corrupta del “roba, roba, pero algo hace”, yunta del nazi “miente, miente, que algo queda”, de la propaganda estatal.
Baste referirse a la confesión que hiciera Antonio Carlos Magalhães, Presidente del Congreso brasileño, en el contexto de una pugna con un caudillo rival: “Como todas la empresas, la OAS, cuando encuentra cómo hacer corrupción, la hace”. La revista Istoé comentó que “al proclamar públicamente que la empresa de su familia practica la corrupción siempre que puede, mínimamente transformó en sospechosos todos los contratos de la OAS para obras públicas.”
Igual de sospechosos parecen los contratos de la OAS en Bolivia. En 2005 el rumor era de un “jeito”–“amarre”- entre la empresa brasileña y el MAS, por $us 1.000 millones de dólares de carreteras, con tal que no falten fondos al MAS para las elecciones. Pareciera que el compromiso sigue vigente.
OAS tiene tres contratos. La Potosí-Uyuni, inicialmente adjudicada en $us 84 millones de dólares, ha tenido varias órdenes de cambio que aumentan su costo muy por encima de los $us 100 millones. La Potosí-Tarija, primero adjudicada a la Queiroz Galvão por $us 180 millones de dólares, fue subrogada a OAS por $us 246 millones y hoy alcanza $us 338 millones con tendencia a crecer.
El trío se completa con la Villa Tunari-San Ignacio de Moxos, que se adjudicó mediante licitación anormal por $us 415 millones de dólares, ¡sin pavimento, diseño, licencia ambiental y consulta a los pueblos originarios del Tipnis! El doble de costo por km de la más cara hasta entonces construida: la Roboré-Puerto Suárez. Saltan varias preguntas. ¿Qué “yatiri” calculó el costo sin tener el diseño? Estudios de impacto, licencia ambiental, y consulta a los pueblos originarios, ¿no son requisitos previos a licitar y adjudicar? ¿Aumentarán los costos como en las anteriores?
Peor, Andrés Solís Rada alguna vez comentó que todo se hace a medias en este Gobierno. José María Bakovic remata con que “cuando hay corrupción, se incrementan los costos, se alargan los plazos, se hacen mal o no se acaban los proyectos.” Asevera que Andrade Gutiérrez fue al MNR lo que la Queiroz Galvão fue al MIR, y la OAS es al MAS. La primera dejó el país sin concluir Cotapata-Santa Bárbara; la Queiroz Galvão abandonó la Potosí-Tarija, subrogada a la OAS; tenía que acabarse el año 2007 y es improbable que se termine hasta fin de año, según alardea el Presidente. ¿No pasará lo mismo con la carretera “transcocaleira”?
Hoy el clamor en contra del lanzazo mortal al Tipnis se ha vuelto general. El embrollo quizá termine en trazo alternativo. El incremento, digamos a $us 600 millones, aunque sea llave en mano, hace aguar la boca de corruptos en el Gobierno y la OAS. La cosa es si la terminan…
Naturalmente, la diplomacia brasileña apoya a sus empresas que realizan obras en el exterior con fondos de Brasilia. Ha ocurrido un cuarto de conversión en sus relaciones con Bolivia, quizá catalizado por afrentas de Evo Morales cuando Dilma Rousseff era Ministra de Energía. Falta saber si la actual pulseta de la Presidente brasileña contra la corrupción rampante en su país, abarca “tenebrosas transações”–decía Chico Buarque- de “bandeirantes” de nuevo cuño, que lucran dolosamente en los contratos, coludidos con vividores nacionales de la corrupción.
El autor es antropólogo
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www.winstonestremadoiro.com
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