Toda elección con las expectativas removidas, como en las elecciones peruanas, deja reflexiones, enseñanzas y preguntas. Por ejemplo, queda claro que los asesores convencionales no suelen dar en el clavo en procesos donde la institucionalidad política está en formación o en disgregación; pues durante la incertidumbre, los códigos, preconceptos y frases que inducían al elector ya no lo hacen. También se ve que el caos de promesas dichas atropelladamente destruyen la credibilidad en el sistema; que la propaganda es más penetrante que la publicidad; y que el partido tipo leninista con organización territorial y cuadros formados es más efectivo que las coloridas caravanas festivas con gorritas y promocionales.
En este proceso electoral se confió en que el crecimiento económico es un blindaje suficiente para detener al antisistema. Se consideró a los exitosos, se olvidó a los fracasados del modelo liberal, a los de “tierra adentro” que no tienen condiciones para dar el salto hacia la modernidad y al importante grupo, invisible para el oráculo moderno de las estadísticas, que, habiendo mejorado sus ingresos, no ha terminado de abandonar las mentalidades tradicionales, la necesidad de un Estado-socorro —o caudillo paternal— que vigile sus gateos en el nuevo orden y que acuda en caso de traspie; y a un Estado-autoridad que no solo ponga freno al crimen callejero sino que ordene el propio destape liberal. La autoridad suele dar seguridad.
Ollanta Humala y Keiko Fujimori, prometieron fortalecer el Estado; aunque por razones distintas. Él, para refundar el país (proyecto chavista); ella para atender al pueblo en la transición al liberalismo. Un tremendo electorado votó por estos discursos. En contraposición, los candidatos más liberales parecen haberse fundamentado en la “mano invisible” de Marshall, donde el mercado competitivo acomodará naturalmente los factores económicos, con una baja intervención del Estado.
En un largo proceso de transición desde las mentalidades tradicionales (mayormente feudales como el caudillismo y la corrupción) hacia las mentalidades liberales; es preciso apoyar, incluso con bonos, al pueblo más pobre y rezagado, mientras entrena su inserción en el libre mercado y en la iniciativa individual. Esto requiere, aunque suene contradictorio, de una presencia paternalista del Estado liberal. Sin apoyo, estos sectores serán el puño del antisistema. Alemania pagó con el nazismo el precio de la transición al liberalismo maduro.
El liberalismo tiene muchas virtudes, para pueblos y élites, pero requiere de tiempo, esfuerzo y paciencia, de complejos equilibrios de contrapeso y un pueblo que se mueva cómodamente en el sistema y sus mentalidades. Simplificar el modelo a lo estrictamente económico y a la publicidad aérea es mostrarle el talón al antisistema. El nuevamente súbito ascenso de Humala, candidato antiguo, ¿fue porque su electorado se escondió de las estadísticas o hubo instrucciones de un aparato político más grande de lo imaginado?
Si Chávez y el modelo cubano toman el Perú, consolidarán un bloque geopolítico de continuidad territorial junto a Ecuador y Bolivia, solo faltaría Colombia como último eslabón de la cadena andina. No es exagerado decir, entonces, que del Perú, en su segunda vuelta electoral, dependerá la democracia en toda la región.
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