Nadie puede cuestionar que en este momento existe en el país un gobierno fuerte, lo que en modo alguno significa que la democracia se haya fortalecido. Un gobierno fuerte y una democracia débil, aunque contradictorios, pueden convivir así sea sin ningún futuro. Los años democráticos a partir de 1982 no fueron una taza de leche, lo sabemos bien. Sobre todo el comienzo de siglo, con el derrocamiento de Sánchez de Lozada y la caída de Carlos Mesa mostró una cara fea en la política boliviana que señalaba la posibilidad de caminos inciertos y poco deseados.
La época de las conspiraciones – en este caso preeminentemente civiles – había vuelto a hacerse presente en Bolivia. Sánchez de Lozada no se derrumbó porque su gobierno quisiera vender gas a Chile. Ese es un disparate mayúsculo. Se cayó porque conspiraron contra él aprovechando un ambiente de efervescencia que venía desde la llamada “guerra del agua” en Cochabamba, que pretendió tumbar al general Banzer. Eran los primeros intentos de lo que podemos llamar golpes populistas, tan peligrosos como cualquier golpe de Estado. Como ejemplo, la balacera de octubre del 2003 en La Paz fue para detener una verdadera insurgencia popular que tenía metas definidas de asalto al poder. Mesa se vino al suelo porque quienes lo vitorearon en la plaza Murillo y en El Alto querían el mando para ellos y le quitaron su apoyo aislándolo, algo que tampoco fue casual.
Es indudable que entre los golpistas estuvieron los ahora temidos “movimientos sociales”, asociados con intelectuales de izquierda, ONG´s, gente que había hecho carrera con los derechos humanos y la defensoría del pueblo, y naturalmente muchas personalidades que se horrorizaron con tantos muertos y heridos, como es el caso de algunos miembros de la jerarquía católica. Hay que entender entonces – aunque duela a quienes festejan más de 30 años consecutivos de democracia – que nos estamos equivocando en nuestras sumas porque a Sánchez de Lozada y Mesa los derrocaron, sin más eufemismos.
Entonces le llegó la hora del poder a S.E. y a toda esa estructura del golpismo populista de la que ni siquiera S.E. era el único líder. Caídos Goni y Mesa, desprestigiada y denigrada hasta los tuétanos la “democracia pactada” – como si no hubiera algo peor que la democracia sin pactos – no fue difícil para el MAS vapulear a ese sistema que con el estigma de neoliberal y vende patria había caído en desgracia. Para mucha gente de buena fe se abría, por fin, un momento de nuevas alternativas, de donde desaparecerían las viejas caras “oligárquicas” y aparecerían otras nuevas, más honradas, transformadoras, sensibles y además propias: cholas e indígenas.
Si no fuera porque S.E. ha forzado su candidatura para un tercer período de gobierno, en busca de la re-reelección, diciendo que obedece el mandato del pueblo cuando sabemos que es una burla a la Constitución y al país, estuviéramos ahora camino de una institucionalidad consolidada. Fue una ingenuidad que muchos compatriotas pensaran que íbamos camino de una nueva democracia mejor y distinta. Desde que aparecieron declaraciones de S.E. y de sus fieles en sentido de que los indígenas no habían llegado al Palacio como inquilinos si no para quedarse, desde que se habló de 50 años en el poder, hasta el ciudadano menos avisado debió darse cuenta que la democracia formal tenía los días contados. S.E. pudo ser quien abriera las puertas a una democracia amplia pero las cerró y sólo se quedó de amo él, en nombre del pueblo, con el respaldo de su mayoría congresal, de magistrados elegidos por el MAS, y de un Tribunal Electoral que no merece confianza.
No hay que ser demasiado visionario para darse cuenta de que todo esto de las prórrogas obedece a un plan que ni siquiera se ha trazado en Bolivia, ya que tanto nos preciamos de defender soberanamente nuestras decisiones. Lo hizo Chávez en Venezuela, lo acaba de hacer Ortega en Nicaragua, por el mismo camino va Correa en Ecuador, y le falló a la señora Kirchner en Argentina porque no controló el Congreso. Entonces, aquí se trata de regímenes perfectamente identificados con la causa populista, que no piensan abandonar el mando. Son sistemas que han capturado todos los poderes del Estado o están camino de hacerlo.
¿Vivimos en democracia? Difícil respuesta si es que algunos bolivianos sólo votamos a sabiendas que no elegimos. Y no elegimos porque el caballo del corregidor saca tal ventaja en recursos e influencia que parece imposible vencerlo. Esto no significa que haya que bajar la guardia y no darle pelea. Si antes existió la riqueza de los mineros para poner y sacar gobiernos, hoy el poder es el dinero de nuestro gas, de nuestras exportaciones, que sirve para gastos dispendiosos y las bonificaciones al pueblo que exhibe el Ejecutivo para favorecerse. Electoralmente. No parece alentador pero cualquiera ve que al MAS se le ganará cuando se le acaben los recursos. A ese paso, digámoslo claramente, cuando la nación esté quebrada.
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