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sábado, 12 de mayo de 2012

tres grandes pensadores Roberto Querejazu, Guillermo Ovando y Rene A. Quiroga ya en 1980 se refirieron a Franklin Anaya (I) con debidos elogios por su tesis de ser el desarrollo cultural el motor del desarrollo que puso a prueba con su Instituto Laredo al que se refiere F.A.(III) con precisión


La promulgación de la Ley 123 de declaratoria al Instituto “Eduardo Laredo” de Patrimonio Cultural e Inmaterial de Bolivia, un día como hoy, hace un año, marca un hito en la historia de la educación boliviana, pues es a través de ella que se reconoce a esta institución como un modelo de educación y difusión cultural a ser protegido, preservado y desarrollado por el Estado boliviano.
Es un justo reconocimiento al trabajo que forja un modelo pedagógico genuino y legítimamente boliviano, ideado y llevado a cabo por personas que entregaron lo mejor de sus vidas a este proyecto durante ya 50 años, y que ha sido la matriz de formación intelectual y emocional de cientos de seres humanos que realizan actividades destacadas en todo el país en pro del desarrollo cultural, como artistas intérpretes, difusores, u otros campos de acción profesional en las dimensiones de las ciencias sociales y exactas.
El Instituto Eduardo Laredo pasa  a constituir parte del patrimonio de Bolivia, desde la perspectiva de la construcción misma del ser boliviano; no se trata pues de un espacio físico o un lugar, ni de estar ligado a este, sino de lo que se hace en un espacio y tiempo determinado, del cómo y por qué accionamos nuestras potencias hacia una actividad que tiene por objetivo la formación humana de los hombres y mujeres de Bolivia, en el entendido de una visión integral del ser humano como verdadera acción en pro del futuro de Bolivia, al cual aportamos y nos acercamos desde nuestra práctica pedagógica.
En primera instancia, buscamos brindar a nuestra niñez un espacio donde la experiencia de la escuela no sea traumática y se desarrolle en un contexto de felicidad, libertad y creatividad. La felicidad como puesta del fin mismo de la existencia humana, siendo posible en un marco de libertad que prima en la disciplina orquestal, metáfora que pone en movimiento a nuestra colectividad; libertad y felicidad como elementos fundamentales para la creatividad: meta indispensable para la solución de problemas conjugando nuestros elementos culturales científicos y tecnológicos; finalmente seres libres y creativos  en acción social para el desarrollo de nuestra amada Bolivia, como máxima expresión de la felicidad.
Libertad, felicidad y creatividad son los elementos que conforman la plataforma del sistema pedagógico que hemos desarrollado en el Instituto y al cual hemos llamado Educación Integral. Este sistema se basa en primer lugar en una concepción del ser humano que comprende sus esferas tanto racionales o intelectivas como las afectivas o emocionales. No es posible hablar de una educación o formación del ser humano tan sólo en el formato de la educación racional, o escolástica, recitativa y tradicional; es menester del pedagogo comprender la dimensión exacta de la naturaleza del ser humano y brindar en su crecimiento y desarrollo los nutrientes necesarios para el  desarrollo completo en el tránsito del niño como potencia, al ciudadano: adulto que continúa en el proceso como ser activo de la colectividad; es decir, celebrar el tránsito institucionalizado de la educación  como la conjunción educandos/educadores en relación horizontal y facilitadora de la construcción del conocimiento, en el vértice mismo de ambas esferas del potencial humano, las razones y las emociones. Así hemos coincidido en llamar Integral a este sistema que se retroalimenta a sí mismo en nuestra historia, que no es larga, pero que nos costó hacerla corta.
Razones y emociones se trabajan en conjunto a través de una malla curricular que integra las ciencias, humanas, sociales y exactas; con las artes, en sus expresiones musicales, de danza y escénicas teatrales. De este modo sustraemos a la niñez de la televisión y otros medios alienantes, concentrando su tiempo durante todo el día en una aventura que con cada latido expresa su voluntad de vivir por siempre en un colectivo que hereda sistemáticamente generación tras generación su experiencia enriquecedora de vida, elementos constitutivos de un ser que ahora es parte legitimada del ser de los bolivianos.
Cabe anotar al cerrar la nota con un tinte de clásica idiosincrasia local, que una serie de problemáticas administrativas empañan aún el desenvolvimiento de las fuerzas del Instituto Laredo, ancla eterna: la incompatibilidad con las estructuras burocráticas de la educación formal; no es de sorprender. Creo, sin embargo, que su actual título reclama cierta posición para soltar amarras y contagiar al país de este sistema pedagógico. Esperamos se resuelva finalmente y luego de medio siglo, toda esta mezquindad o este “problema del Laredo” como oí decir hace unas semanas a una autoridad local de educación, se resuelva finalmente con la esperada reglamentación de la Ley 123  mediante el decreto correspondiente.
El autor es director del Instituto Laredo
franklinanaya@hotmail.com

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