El 1º de mayo de 2006 iniciamos una saga de nacionalizaciones que han dado mucho que hablar, aunque hayan servido para poco hasta ahora. Y este 1º de mayo de 2012 ha sido el escepticismo ciudadano el que ha acompañado el desgastado acto nacionalizador, que nadie sabe bien por qué se hizo ni a quien le sirve. Se puede afirmar que las nacionalizaciones han sido un recurso para la imagen política y no una premisa de la estrategia económica de desarrollo del socialismo bolivariano del siglo XXI, mestizado a la boliviana desde el Palacio Quemado.
De nacionalización no le queda ni el nombre (en 1952 se nacionalizaron las minas, no los minerales, mientras que Evo nacionalizó el gas, no las empresas), porque se trata de una compra de acciones disfrazada para transferirlas al Estado, que pasa a ser un empleador, el capitalista máximo, el explotador principal, el dueño y concentrador de la plusvalía. La mentada nacionalización de hidrocarburos confiscó las acciones de los bolivianos (con cuyos dividendos se garantizaba el pago del Bonosol), que estaban repartidas por igual entre los ciudadanos mayores de 21 años desde 1995, y que a las empresas transnacionales sólo se les compró un 3 por ciento del total de sus acciones a cambio de subvenciones y pingües beneficios; a eso le llamaron nacionalización.
Y así empezó el mal uso de los recursos y la dilapidación de la riqueza que la democracia le dejó al masismo, junto al bajón de la productividad y la producción; veamos cifras: el año 2006, la producción de petróleo era de 10.205 barriles por día; el 2007, de 8.267; el 2008, de 7.993, el 2009 de 5.626, el 2010 de 4.959 y, finalmente, el 2011, de 3.549, actualmente importamos gasolina, cuando desde el año 1954 nos autoabastecíamos; las reservas de gas bajaron de 28,7 TCFs neoliberales a 9,94 TCFs plurinacionales.
Con este ritmo y si las cosas se repiten, como suele pasar con los gobiernos cuando han instalado tendencias tan sólidas como éste las del despilfarro, la incapacidad y la irresponsabilidad, que dentro de dos años viviremos a obscuras, como pasa en otros países con regímenes parecidos, que no tienen ningún reparo en jugar con cosas que hacen a la vida cotidiana, el trabajo de la gente y la producción de los bienes necesarios para la vida.
Entre la falta de electricidad y luz, junto al obscurantismo casi medieval en el que ha sumido el Gobierno del MAS a la parte más pobre, ignorante y vulnerable de la población, el futuro se nos dibuja cada día más obscuro.
La Prensa – La Paz
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