Ahora resulta obvio que todo lo que se hizo alrededor del Mutún estos seis años no ha sido más que una farsa que ha terminado de derrumbarse con el anuncio de la empresa Jindal de retirarse del país, sin haber logrado en lo más mínimo las promesas de industrialización que tenían como meta final el salto de Bolivia a la siderurgia.
Un pueblo desconsolado que soñó con miles de empleos, con el nacimiento de un nuevo polo de desarrollo y con un torbellino de inversiones directas e indirectas, hoy se expresa molesto y sale a las calles a protestar por lo que cabalmente llaman como una estafa.
¿De quién es la culpa? Entre el Estado y la empresa concesionaria se echan la culpa y nadie sabe a quién apuntar, pero lo cierto es que fue el Gobierno el que eligió el socio, han sido las autoridades nacionales las que establecieron las pautas del contrato y obviamente fueron las instituciones estatales las que incumplieron con la parte que correspondía para echar a andar el proyecto, que requiere de una decidida voluntad política. Durante todo este tiempo la ciudadanía ha visto el ir y venir de promesas, amenazas, nombramientos, destituciones y los infaltables hechos de corrupción, pero nunca una decisión firme de avanzar con la explotación y la industrialización del hierro que alberga la mayor reserva mundial de ese mineral.
Mientras Bolivia se debate en la ineficiencia y la inmadurez que inmoviliza el avance económico, a muy pocos kilómetros de la frontera sobre territorio brasileño, la misma empresa que fue expulsada de Bolivia y que tenía todo listo para iniciar la industrialización en el Mutún, explota desde hace más de treinta años los yacimientos de Urucum, que reportan inmensas cantidades de regalías y recursos a la zona de influencia en el Estado de Mato Grosso. Aquella reserva, mucho menor a la que se encuentra en el territorio nacional, aporta con más de 17 millones de toneladas anuales de hierro y en el lugar se está construyendo una acería que originalmente debía funcionar en las inmediaciones de Puerto Suárez, provincia Germán Busch.
No es posible que teniendo los recursos con tanta abundancia, disponiendo de la energía que hoy tiene como destino prioritario la exportación a los países vecinos, los bolivianos tengan que soportar su pobreza por culpa de la falta de voluntad para echar a andar un proyecto que podría cambiar la triste historia de marginación de millones de habitantes.
El Mutún es un proyecto postergado desde hace medio siglo. La oportunidad que acaba de esfumarse ha sido una de las más valiosas, pues grandes países como China, India, Brasil, entre otros, han estado atravesando un periodo de bonanza, con un enorme aumento de la demanda de materias primas y por supuesto, de acero, cuyos precios han sido altamente favorables.
Nadie sabe cuándo volverá a producirse una nueva coyuntura propicia para volver a intentarlo. Bolivia ocupa hoy uno de los lugares más desfavorables para la atracción de inversiones y la realización de negocios, posición que se refuerza con noticias como la del Mutún.
Un pueblo desconsolado que soñó con miles de empleos, con el nacimiento de un nuevo polo de desarrollo y con un torbellino de inversiones directas e indirectas, hoy se expresa molesto y sale a las calles a protestar por lo que cabalmente llaman como una estafa.
¿De quién es la culpa? Entre el Estado y la empresa concesionaria se echan la culpa y nadie sabe a quién apuntar, pero lo cierto es que fue el Gobierno el que eligió el socio, han sido las autoridades nacionales las que establecieron las pautas del contrato y obviamente fueron las instituciones estatales las que incumplieron con la parte que correspondía para echar a andar el proyecto, que requiere de una decidida voluntad política. Durante todo este tiempo la ciudadanía ha visto el ir y venir de promesas, amenazas, nombramientos, destituciones y los infaltables hechos de corrupción, pero nunca una decisión firme de avanzar con la explotación y la industrialización del hierro que alberga la mayor reserva mundial de ese mineral.
Mientras Bolivia se debate en la ineficiencia y la inmadurez que inmoviliza el avance económico, a muy pocos kilómetros de la frontera sobre territorio brasileño, la misma empresa que fue expulsada de Bolivia y que tenía todo listo para iniciar la industrialización en el Mutún, explota desde hace más de treinta años los yacimientos de Urucum, que reportan inmensas cantidades de regalías y recursos a la zona de influencia en el Estado de Mato Grosso. Aquella reserva, mucho menor a la que se encuentra en el territorio nacional, aporta con más de 17 millones de toneladas anuales de hierro y en el lugar se está construyendo una acería que originalmente debía funcionar en las inmediaciones de Puerto Suárez, provincia Germán Busch.
No es posible que teniendo los recursos con tanta abundancia, disponiendo de la energía que hoy tiene como destino prioritario la exportación a los países vecinos, los bolivianos tengan que soportar su pobreza por culpa de la falta de voluntad para echar a andar un proyecto que podría cambiar la triste historia de marginación de millones de habitantes.
El Mutún es un proyecto postergado desde hace medio siglo. La oportunidad que acaba de esfumarse ha sido una de las más valiosas, pues grandes países como China, India, Brasil, entre otros, han estado atravesando un periodo de bonanza, con un enorme aumento de la demanda de materias primas y por supuesto, de acero, cuyos precios han sido altamente favorables.
Nadie sabe cuándo volverá a producirse una nueva coyuntura propicia para volver a intentarlo. Bolivia ocupa hoy uno de los lugares más desfavorables para la atracción de inversiones y la realización de negocios, posición que se refuerza con noticias como la del Mutún.
El Mutún es un proyecto postergado desde hace medio siglo. La oportunidad que acaba de esfumarse ha sido una de las más valiosas, pues grandes países otros, han estado atravesando un periodo de bonanza.