D esde el momento de la ascensión de Evo Morales a la presidencia de la República de Bolivia, por abrumadora mayoría, lo primero que hizo fue rebautizarla con los nombres y apellidos de Estado Plurinacional, Socialista, Originario. A partir de aquel momento, estábamos seguros de que el nuevo mandatario haría todo lo posible e incluso lo imposible con el fin de prolongarse en sucesivas elecciones, hasta que le “aguante el cuero”. Ni más ni menos que como su “comandante”, el venezolano Hugo Chávez. Pero aún más, porque Don Evo goza de buena salud y no necesita corticoides.
Por si todavía alguien dudara de las intenciones prorroguistas de Don Evo, la semana pasada, en un encuentro con sus más fieles súbditos, los cocaleros del Chapare, pronunció una arenga contra Juan del Granado, su ex aliado y ahora opositor. Evo dijo: “Si mañana fueran las elecciones nacionales, seguro que todos los partidos se juntarían para enfrentarnos. Que se unan. Pero también nosotros compañeros debemos estar unidos”. Con estas palabras dio a entender que las fuerzas del MAS permanecerán unidas en los próximos comicios nacionales, frente a los “k’aras y los “malinches”, y cualesquiera adversarios que osen presentarse. Lo mismo dijo el encorbatado “k’ara”, García Linera: “Si fallamos, si fallan nuestros alcaldes (...) si falla nuestro presidente, otra vez van a regresar los k’aras y van a botarlo (...) nunca más tiene que haber campesinos, o dirigentes sindicales rigiendo el Estado.”. Continuismo puro y duro.
A estas alturas, podemos convenir en que las prórrogas de los caudillos no resulta la mejor solución para el país. La genética política nos enseña que en cada nuevo período presidencial subsiguiente, se reproducen e incluso se agravan las deficiencias congénitas registradas en los años anteriores. Es más, el poder autoritario se va convirtiendo en poder absoluto. Ya estamos muy cerca, como se puede afirmar a la vista de la concentración de todos los poderes en manos de Evo Morales. La posesión de los nuevos magistrados que fueron repudiados en las elecciones judiciales de octubre, es una de tantas muestras del absolutismo reinante.
Convengamos en que en los casi seis años de gobiernos, Don Evo no ha sido capaz de llevar el “cambio” a buenos puertos, sino que ha embarrancado el país en los arrecifes de la oratoria y de las promesas nunca cumplidas. No hay pues motivos para pensar que en el próximo futuro gobernará mejor.
Tanto más, cuanto que, después de los tiempos de los buenos precios de las materias primas que han proporcionado unos años de bonanza económica, ahora se anuncian los tiempos de las vacas flacas, según las previsiones de los expertos. Consiguientemente, será más difícil gobernar. Se comprende entonces por qué Don Evo y su vicepresidente exhortan a sus huestes a mantenerse unidos para volver a ganar en los próximos comicios. No sea que los k’aras, los malinches y otros impertinentes atrevidos, pongan en peligro la perpetua hegemonía de los masistas genéticamente puros.
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