La muerte de Osama Bin Laden, quien fue ejecutado por un escuadrón especializado de las fuerzas armadas de Estados Unidos en Pakistán, marca la derrota de un grupo islámico que eligió el terror como forma de acción política.
Se trata de un golpe duro para este grupo, llamado Al Qaeda, aunque resulta difícil predecir si es un golpe mortal. Pero es un golpe con mucha repercusión, en vista de que fue la gente de Bin Laden la que ejecutó el ataque despiadado a las torres gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
Aquel golpe del terrorismo fue espectacular, además de despiadado, porque fue el producto de una maquinación genial, perversamente genial, para demoler dos edificios que tenían estructuras de acero. Introducir una carga de gasolina dentro de dos moles gigantescas, usando dos aviones repletos de pasajeros -y de gasolina-, fue la genialidad del ingeniero experto en demoliciones como era Osama Bin Laden, nacido en Arabia Saudita, dentro de una familia acomodada.
Diez años después de aquel espectáculo de destrucción llega el momento de la ejecución de su líder, a cargo de un escuadrón de tropas de elite de Estados Unidos. Llega esta represión cuando el apoyo al grupo Al Qaeda está en una grave crisis.
En efecto, una encuesta realizada por el Pew Research Center revela que la opinión pública de los países donde se concentran las mayores simpatías por este grupo se está desencantando de manera acelerada.
Esto podría significar que incluso en países como Nigeria, Indonesia, Egipto o Pakistán, la gente ha comenzado a desconfiar de la eficacia del terrorismo como acción política. Y fue precisamente en Pakistán donde fue abatido Bin Laden.
Es cierto, la causa palestina sigue siendo una cuenta que figura en la columna del “debe” en este equilibrio, pero incluso en los territorios donde es más fuerte el apoyo en defensa de los territorios árabes sometidos por Israel la opción violenta ha perdido simpatías, según la encuesta.
La opción terrorista fue una tentación en muchos países. Bolivia es un país donde se puede demostrar que quienes en algún momento tomaron la opción del terrorismo terminaron inclinándose por la vía democrática, como se puede ver en actores de la actualidad nacional.
La opción violenta es tan antigua como la historia de la humanidad, pero la civilización ha traído propuestas novedosas, como la que enarboló y practicó Mahatma Ghandi, en la India, en contra del imperio británico.
La tentación de la violencia es muy grande para los jóvenes, como se ha visto también en Bolivia. Uno de los más famosos partidarios de la guerrilla, el Che Guevara, vino a morir aquí y comprobar que estaba equivocado.
Ahora el terrorismo islámico, aunque disminuido, sigue activo, mezclado con las propuestas violentas de las mafias vinculadas al narcotráfico. Bin Laden estuvo en Afganistán, el principal centro de producción del opio, y cayó en Pakistán, el centro de mayor propagación de esa droga.
Bolivia tendría que poner atención a estos hechos, que vienen de la mano del narcotráfico y permanecer alerta sin bajar la guardia.
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