El tiempo de permanencia en la presidencia de Evo Morales (nueve años, ocho meses y veinticinco días el 17 de octubre de 2015) ha generado gran revuelo, al haber superado al Mariscal Andrés Santa Cruz como el mandatario con más años en el poder de manera continua. La repercusión tiene sentido, pues tuvieron que pasar 176 años, gran parte de nuestra vida independiente, para que tal acontecimiento se produjera.
Pero más allá del hecho estadístico hay que destacar la significación histórica de lo que representa. Para ello vale la pena revisar las otras cinco presidencias más prolongadas además de la de Morales. El primer dato significativo es que todas han sido protagonizadas por militares: Santa Cruz, Banzer, Belzu, Ballivián y Melgarejo. De ellas, cuatro se iniciaron mediante golpe de Estado y sólo una (Santa Cruz) comenzó legalmente. En todos los casos se trató de gobiernos o autoritarios o fuertes, cuando no fueron dictaduras implacables (guardando las diferencias, son los casos de Melgarejo y Banzer).
Cuatro de estos cinco gobiernos marcaron pautas relevantes en la historia del país. Santa Cruz fue sin duda, el gran organizador del Estado boliviano y el mayor visionario del siglo XIX con la creación de la Confederación Perú-Boliviana. Ballivián consolidó la independencia y continuó la tarea de estructuración del Estado, además de ser el primer mandatario en ocuparse del nororiente del país. Belzu fue en buena medida campeón del proteccionismo (a pesar de su debatible política abierta para la explotación de la quina) y, por supuesto, el primer mandatario consciente de la importancia del artesanado mestizo. Banzer en su primer gobierno representó, en un país profundamente polarizado ideológicamente, la imposición implacable de una idea de orden conservador que respondía a la aspiración mayoritaria de las clases medias urbanas.
De ellos, sólo Santa Cruz se inscribe en la línea de quienes concibieron un proyecto de gran horizonte histórico que puede equipararse al ciclo llamado oligárquico de conservadores, liberales y republicanos, al ciclo de la revolución nacional y al ciclo democrático. Morales, hay que reconocerlo, se cuenta también entre quienes fueron autores de momentos relevantes de nuestra historia. Sin haber roto la idea de la República (reconocida en la CPE de 2009), su Gobierno encarna una propuesta en la que combina la fuerte carga simbólica de su origen indígena, la batalla por la inclusión y contra la discriminación, con una construcción estatal poderosa basada en la diversidad de los pueblos indígenas y –al principio a pesar suyo– en un Estado de autonomías.
Comparte algunos rasgos comunes con Santa Cruz. Su origen indígena. La raíz aymara de Santa Cruz es la más fuerte de todos los presidentes bolivianos hasta Morales. Ambos condujeron gobiernos democráticos con mano autoritaria y ambos encarnaron un proyecto personal. No pretendo otras analogías en la medida en que la dimensión histórica continental de Santa Cruz está fuera de discusión y la dimensión de Morales depende de la culminación de su carrera presidencial. Pero me detengo en el carácter unipersonal del proceso político. El riesgo –lo vivió Santa Cruz– es que no haya posibilidad alguna de continuidad de la idea representada, porque el peso específico del personaje es demasiado grande y no prohijó la edificación de una sucesión. Morales en ese punto sigue el mismo camino, quizás con la ventaja de la existencia de un partido, el MAS, que en teoría es actor del proceso político. En los hechos, sin embargo, tanto el partido como el gobierno han decidido depositar todo el protagonismo, todos los méritos y todos los honores en la figura de Morales, aceptando además asumir la carga de los errores, los problemas de gestión y las dificultades vinculadas a cualquier deficiencia administrativa estatal.
A diferencia del desarrollo de proyectos más longevos, en los que el secreto estuvo en la alternancia en el mando para continuar un mismo modelo político y económico, el Estado Plurinacional se ha hecho a imagen y semejanza de un hombre.
Cuando el Presidente termine su tercer periodo, habrá completado 14 años en el mando y se habrá convertido en el gobernante con más tiempo en el poder de toda nuestra historia, superando a Víctor Paz Estenssoro y Hugo Banzer. No se puede discutir su importancia histórica, pero sí se puede cuestionar un error, tanto suyo como de sus colaboradores, el haber confundido el proceso con la persona.
La consecuencia de esa lectura deberá valorarse con el tiempo. El vigor de una propuesta y las ideas que ésta representa, dependen de su permanente renovación, personal, generacional y conceptual. El largo gobierno de un hombre, no es sólo de él, sino de todos quienes lo acompañan. El ejercicio del poder desgasta y conduce inevitablemente a la autocomplacencia.
La trascendencia de estos casi 10 años está a la vista. Su comparación con otros casos similares debiera llevar al gobernante a la reflexión, a preguntarse sobre cuál fue realmente el objetivo esencial que lo impulsó a ser Presidente y cuáles eran sus ideales entonces. Contrastarlos con su pensamiento de hoy no estaría demás. Al fin y al cabo, se trata de un ejercicio íntimo de conciencia, una decisión intransferible en lo personal, pero pendiente siempre de la decisión soberana y definitiva del pueblo que vota.
El autor fue Presidente de la República.
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