Prefiero nombrar a quienes se ocupan de darnos paz en medio de la guerra. Unos jóvenes estrenaron sus obras de teatro en el “Desnivel” de La Paz; una alianza de instituciones inauguró la Pulpería en la Calle Calleja de Santa Cruz; un ingeniero invierte su dinero para publicar quincenalmente “El Duende” en Oruro
Hoy abro el periódico y veo la foto. Lucio Vedia, con el nuevo look de los emergentes del poder que cambia, saluda feliz a sus seguidores que lo alzan en hombros. Acaba de dejar un centro policial, contento porque salió airoso de una nueva maniobra de la derecha, la reciente campaña de la prensa contra el oficialismo. No es grave, sólo manejaba ebrio un vehículo robado en Chile, incautado al narcotráfico en San Matías, con placa de otro vehículo hurtado; un caso entre otros.
Un nuevo capítulo de “patria o muerte, ¡beberemos!
¿Vale la pena dedicarle mi espacio semanal en este medio escrito? Claro que no.
¿Escribir sobre el nuevo conflicto entre pobres? Obreros que ingresan a los socavones, galerías oscuras que son como umbrales del infierno. Colquiri fue mi sindicato adoptivo desde la Marcha por la Vida en agosto de 1986, cuando sus dirigentes me eligieron para acampar con ellos, ¡tanto nos reímos con los chistes del típico humor minero! Por prepararles el chocolate que llevé, fui detenida en el cuartel de Patacamaya. En la noche volvimos a abrazarnos con esas mujeres que prepararon la olla común que nunca se acababa, la multiplicación de los panes.
Cuando el pueblo parecía fantasma, volví para recoger la memoria sobre su radio sindical y tratar de aportar difundiendo su historia. El café con pan, el catre con muchas frazadas, los chiquitos gritando alrededor de la plaza.
Volví un lustro guiando a César Brie, Gian Paolo Nalli, María Teresa dal Pero, Lucas Achiri, Gonzalo Callejas y Filipo Plantche.
Había logrado con el sindicato auspiciar la presentación de “El rey Ubú”, que se presentó en la cancha y nos hizo reír a todos.
Los artistas no olvidaron esa experiencia junto al proletariado y a sus hijos.
Luego el campamento comenzó a repoblarse y una empresa minera invirtió para rehabilitar los ascensores y los tajos. Colquiri volvió a generar riqueza para repartir en todo el país. ¿Puedo escribir lo que sucedió desde 2006 con la cantidad de mensajes contradictorios, el aliento desde esferas oficiales para el enfrentamiento, la confrontación y todo lo que ha sucedido este año?
El horror; el horror que para el vicepresidente Álvaro García Linera es “sólo” un capítulo de la revolución.
¿Acaso tengo que comentar su matrimonio? No es necesario.
Prefiero nombrar a quienes se ocupan de darnos paz en medio de la guerra. Unos jóvenes estrenaron sus obras de teatro en el “Desnivel” de La Paz; una alianza de instituciones inauguró la Pulpería en la Calle Calleja de Santa Cruz; un ingeniero invierte su dinero para publicar quincenalmente “El Duende” en Oruro.
Me consuelo con el Festijazz que en esta versión cumplió 25 años y se amplía a otras ciudades. Tomo mi colectivo “2” que me lleva directo al Teatro Municipal, pago un boliviano de ida y otro a la vuelta. El chofer es sencillo, con su chaleco tradicional, conoce a muchos usuarios y conduce un espacio suspendido en el tiempo, donde varios nos saludamos y el estudiante cede asiento al jubilado.
La entrada a Galería, donde la acústica es impecable, cuesta Bs 10 y me siento cómoda entre los muchachos que asisten al concierto del “Parafonista”. Durante dos horas, la guerra del centro paceño nos otorga una tregua. Quizá sean los últimos escenarios, defendidos por el municipio institucionalizado, por los gestores culturales, por la sociedad organizada, antes del estropicio fatal.
La autora es periodista
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