Se dice que los conquistadores y colonizadores españoles eran aventureros, hombres de fortuna y gente de baja estofa, sin instrucción –lo cual es, en gran medida, cierto–, pero se olvida que, a pesar de todo, esos colonizadores casi analfabetos –ávidos de oro, propiedades y posición social– fueron portadores de una cultura popular, de carácter oral, que arraigó en las tierras conquistadas. Los juegos (ágrafos como Francisco Pizarro sabían jugar al ajedrez), los mitos, las leyendas, los romances, las coplas y la canción popular son fruto de ese trasvase cultural. También se soslaya la presencia de las órdenes religiosas cultas, instruidas en seminarios y universidades. Si no hubiese sido por los misioneros católicos, no conoceríamos el pasado de las civilizaciones conquistadas ni las gramáticas de las lenguas originarias, cuya desventaja fue carecer de escritura (léanse a este respecto las páginas esclarecedoras del escritor peruano José María Arguedas, quechuahablante que escribió toda su obra literaria en español, como Jesús Lara y Fausto Reynaga, entre nosotros, y como todos los cronistas mestizos de América: Alvarado Tezozomoc, Alva Ixtlilxochitl, Guamán Poma de Ayala, Santa Cruz Pachacuti, entre otros. Hubo casos de soldados españoles que decidieron ser indios (nadie se lo impidió ni prohibió) y casos de frailes que escribieron sus crónicas históricas en lengua nativa como sucedió con fray Bernardino de Sahagún, que aprendió a expresarse en náhuatl y escribió originalmente en náhuatl su Historia general de las cosas de la Nueva España, que después tradujo al castellano y al latín.
¿Por qué tenemos, en Bolivia, una visión maniquea de la conquista española que persiste hasta hoy? Los indios buenos y los blancos malos. Las guerras religiosas en Europa entre católicos y protestantes contribuyeron a que se creara la ‘leyenda negra’ de la colonización española, alimentada precisamente por españoles como el fraile Bartolomé de Las Casas y el político exiliado Antonio Pérez, ex secretario de estado del rey Felipe II, y por conquistadores y soldados como Lope de Aguirre y Gonzalo Pizarro, rebelados contra el Rey de España, su rey. A través del tiempo, se amplifica la leyenda negra española debido a la expulsión de los jesuitas, en el siglo XVIII y, después, por la acción política de la francmasonería, el protestantismo anglosajón, el racionalismo filosófico, el liberalismo positivista y anticlerical del siglo XIX y el marxismo-leninismo del siglo XX.
Nuestra educación republicana está, por lo tanto, signada por ideologías utópicas renacentistas (Moro y Campanella) y redentoristas (Las Casas, ‘Motolinía’, Bernardino de Sahagún y otros frailes españoles) –apoyadas en la época romántica por el filósofo Rousseau–, gracias a las cuales se idealizan las culturas primitivas de América y se escriben historias idílicas, románticas, según las cuales la América prehispánica era “copia feliz del Edén”, es decir, imagen del mito bíblico, donde “el buen salvaje” es el primitivo Adán y la serpiente, símbolo del mal, es el conquistador europeo de ayer y el empresario capitalista de hoy. En este contexto surge la corriente del indigenismo socialista del siglo XX, fomentada por autores como el economista francés Louis Baudin (1887-1964), autor del libro El imperio socialista de los incas (1945), traducido y prologado por el pensador marxista José Antonio Arze, que critica el título del libro porque no admite que pueda hablarse de socialismo en una civilización imperialista, monárquica y teocrática como la inca, ajena a la tradición del pensamiento socialista, eminentemente liberador, republicano y laico. Una de las secuelas de este planteamiento erróneo es el indigenismo del ‘socialismo comunitario’ del MAS, inspirado en las ideas racistas del escritor Fausto Reynaga, entre otros iluminados. // Madrid, 29/10/2010.
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