Piñera con Dios en los labios
Mauricio Aira
Pegado a la pantalla chica del ordenador, rendido de cansancio y con el frío del otoño escandinavo miré el reloj las 5.12 minutos de la madrugada cuando se abrió la portezuela redondeada de la cápsula Fénix 2 que había demorado cerca de 20 minutos en ascender los 580 metros desde la galería subterránea en que habían quedado poco menos que sepultados por miles de toneladas de tierra y piedra, los ahora mundialmente conocidos 33 mineros.
Sin añadir lugares comunes a una relación mil veces repetida en los cinco continentes y en todos los idiomas deseo rescatar ideas matrices que flotan tras el prodigioso acontecimiento sucedido en pleno desierto de Atacama que perteneció a Bolivia antes de 1879. En primer plano la fe en Dios, expresada por el Presidente Piñera, los rescatistas y los rescatados sin ambages, ni cálculo, sin los prejuicios que por desgracia imperan en la Bolivia de hoy, donde parece sentirse vergüenza por tales conceptos Dios, Fe, Religión, Providencia aunque ha sido el obrero boliviano Carlos Mamani quién nomás pisar tierra firme, se arrodilló, levantó las manos y agradeció al Creador por el milagro de haber vuelto a la vida y de tener a sus seres queridos tan cerca suyo en una patria que lo acogió con cariño desde hace tres años cuando tuvo que salir en busca de trabajo y donde están asentados los suyos.
Quienes pudieron seguir la trasmisión durante horas habrán advertido que vez tras vez Piñera repitió las alabanzas, lloró y se persignó con la señal de la cruz “vivimos una noche maravillosa que el mundo entero nunca va a olvidar”. Agradeció de nuevo a Dios, a sus ministros por la operación de rescate que no tiene parangón en la historia de la humanidad.
Quizá mil millones de personas siguieron la trasmisión desde la mina como desde el sitio de desembarco capsular el Papa Benedicto, el presidente Obama y otros muchos jefes de Estado hicieron llegar sus felicitaciones al Presidente. Otros la compararon con aquella hazaña de la llegada del hombre a la luna. Milagro éste de solidaridad y tecnología que perforó la corteza terrestre en casi 700 metros en línea ligeramente diagonal hasta el punto preciso que los mineros habían elegido para el embarque en medio de todas las precauciones posibles para evitar cualquier contratiempo que pudiera poner en riesgo el rescate.
El apego a la vida y el compromiso de los gobernantes que pusieron en la empresa todo lo humanamente posible. Alguno afirma que el costo ha sido mayor a los 20 millones de dólares que son nada frente al prestigio ganado por el Gobierno y por el reconocimiento de la vida humana en cada uno de los 33 al margen de toda otra consideración que no sea su valor como persona, hijo o padre de familia, miembro de la sociedad que alcanza una dignidad no vista. El espíritu pujante de Sebastian Piñera que enfrentó primero el terrible terremoto hace poco y ahora el desafío de otra adversidad que ponía el riesgo, futuro político e imagen de líder entregado al bienestar de su pueblo.
La Nación de Buenos Aires expresó hace pocas horas “Es cierto que las desgracias unen, pero también es cierto que algunas unen más que otras” los 69 días de angustia para familiares y amigos de esos 33 seres humanos encerrados un una fosa por circunstancias aciagas se vieron recompensados con el reencuentro vivos y felices, en buenas condiciones y de confianza en el futuro. Superaron el hambre, la falta de alimentos, riesgos y en algún caso la lógica depresión que les sobrevino durante los primeros 17 días asistidos sólo por Dios en su soledad y aislamiento.
Qué envidia advertir la unión y la solidaridad del pueblo con su gobierno en la tarea de rescate, empresa colosal más allá de la furia y desesperación iniciales. El resto igual al mejor montaje de un film de Hollywood, caminos que se abren, campamentos que surgen, transporte febril, máquinas perforando la tierra, comunica iones a granel y la concurrencia de 1.500 comunicadores a nivel planetario y una frase feliz de Cristina “esto es como una caricia de Dios después de lo febrero”.
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