España tiene un nuevo rey, Felipe VI, quien asume esas funciones en medio de la crisis más profunda que atraviesa esa nación desde que, de la mano del rey Juan Carlos y una élite política forjada en la resistencia, transitó del franquismo al sistema democrático, creando una sui generis estructura política administrativa.
Se trata de una nación democrática con un rey que reina pero no gobierna; un sistema de partidos en el que dos han dominado el escenario político sin excluir, empero, a otras denominaciones nacionales y regionales; un sistema de descentralización profundo (del que Bolivia ha adaptado muchos conceptos) y con su incorporación plena a la Europa moderna.
Hasta el inicio de la crisis mundial, España fue ejemplo de continuidad de políticas estatales de desarrollo, con una economía altamente abierta y un sistema político muy dependiente de aquél, pero con una performance que mostraba diferencias a la hora de su aplicación. Con la crisis, el sistema político se ha visto muy afectado porque ha mostrado su seguidismo a políticas inflexibles que han afectado el empleo y liquidado parcialmente el denominado estado de bienestar.
En ese proceso la monarquía española ha sufrido un severo desgaste que ha llegado a niveles extremos al punto que se ha dado curso a la abdicación de Juan Carlos, con la esperanza de que la entronización de Felipe VI frene la caída de imagen y confianza en la monarquía y la familia real, para luego recuperar los elevados grados de legitimidad que tuvieron durante el reinado del primero.
Hay que tomar en cuenta que una base fundamental de esa legitimidad que ha perdurado en el tiempo es la adhesión del rey a los principios democráticos, la capacidad de la corona de respaldar la unidad de España y su gran capacidad de relacionamiento con el mundo. De ahí que muchos especialistas sostienen que si bien el debate sobre si se mantiene el sistema monárquico democrático o su cambio por un republicano estará vigente en el debate público, garantizar la unidad de España sólo será posible, en el mediano plazo, con la vigencia de la monarquía.
En relación a América, el cambio real no supondrá mayores cambios. De una u otra manera, por una serie de coincidencias (no siempre felices, por lo demás) España ha logrado convertirse en la puerta de entrada a Europa de la región, y en ese proceso, el rey Juan Carlos ha jugado un papel muy importante y dado que el rey Felipe VI ha sido pieza fundamental de esa política, probablemente incluso habrá más posibilidades de interrelación
En resumen, hay coincidencia en que España comienza una nueva etapa en la que si bien el sistema político institucional aún tiene la suficiente fuerza para mantenerse por un buen tiempo, el debate sobre su reforma, incluyendo la abolición o no de la monarquía, ocupará buena parte de la agenda española y –lo que es una verdad de Perogrullo– buena parte del desenlace que se dé al debate dependerá de cómo el nuevo rey asume sus funciones dentro y fuera de España.
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