Triste el destino opositor en América Latina. Se espera, país por país, prácticamente la intervención de la providencia para descartar a los líderes actuales, populistas y corruptos. No hay unidad, menos proyectos que opongan alternativa.
Argentina, donde ya se ha fundado una sucesión que puede durar cincuenta años, se sustenta con un auge económico sin precedentes en las últimas décadas. Eso ve el “pueblo”, lo siente, y lo apañan los intelectuales para quienes revolución puede bien significar un entarimado de drama televisivo, con llanto y fastuosas perlas, donde Cristina Cenicienta materializa el sueño escondido de la masa argentina del retorno de la gran cabrona, Evita, arrojando regalos desde un tren de lujo. De eso gusta la chusma, de la dádiva y el novelón. No pide otra cosa. No hay secreto. ¿Qué oponer a ello? Aguardar por algún fortuito incidente que vuelque la tortilla.
En Venezuela se sigue con ansiedad el embate del general cáncer. El coronel Chávez jura y rejura haberlo derrotado. Ha requerido el embrujo de los demonios originales, las sombras traídas del África, las supervivientes indias, sumadas a la parafernalia católica para lograrlo. Escondió los tratados del judío de Tréveris, Marx, para no ofender a los espectros, y en lugar de combatir con la espada de Bolívar se hace limpias con ramas encantadas, manejadas por inmundas manos, y pasará de rodillas, como niño al lado de cama, demandando al destino el por qué le quita la gloria de ser eterno y bocón. La oposición en Venezuela es la muerte. Voto único y decisivo.
Ecuador, qué decir, cuando el individuo que preside representa una mezcla extraña de machito audaz y mariquita sollozante. El pobre es víctima de todos. Nadie comprende el altruismo inconmensurable de su gobierno, solo el pueblo humilde, a quien controla, como sus iguales afuera, con la falacia de los bonos que son soborno de la inteligencia, insulto de la dignidad. Cómo, y quién, puede revertir las cosas: el Niño, la Niña, alguna bala perdida, un milagro, un meteorito.
Y podríamos seguir subiendo por el continente, cruzando el Darién donde en algún momento también alguien se creyó intocable e imprescindible: Manuel Antonio Noriega, pero el azar dispuso mareas de helicópteros y marines que acabaron con el oprobio que habían contribuido a fundar, y convirtieron al amo en un número de celda, al vindicador en presidiario al arbitrio del vicio de los reclusos antiguos.
Preferimos no avanzar ya, quedarnos donde estamos. Al encender el televisor, Marcelo Tinelli, showman rioplatense, demuestra por qué un lugar que dio a Borges y creció entre caudillos y cuchilleros, tiene visión tan escasa. El día en que Tinelli invite a bailar a la viuda en cueros, habrá roto para siempre el rating. Ni la Difunta Correa traería más audiencia que la llorona echándose un tango kirchneriano.
Nos quedamos en Bolivia, país donde el que preside huye cada vez que amenaza tormenta. O tiene miedo y es cagón, o necesitan proteger a ojos vista de la ignorancia popular su aura de profeta lampiño. La oposición anda dejándose cazar como conejos. Si no fuera por la patriada de los indígenas del TIPNIS, que ahora quiere desmerecer otra marcha de comprados, poco habría para preciarse. Los ambiciosos de siempre debieran entender que es ese núcleo de la CIDOB y el CONAMAQ por donde pasa la derrota masista. Lo demás son balbuceos partidarios, mínimos, inocuos.
Al oriente le rompieron el espinazo. Una cosa es bravuconear con pistolas y bandas de música en las calles y otra el valor de enfrentar a quien quiere destrozarte. Ya no sirven fachadas en la hora actual. Ahora es tiempo de valientes o no queda tiempo. Si no estamos como los otros, los vecinos, rogando porque Obama se dé cuenta del peligro narcoboliviano y actúe, o que se caiga el cielo sobre la cabeza de la hidra.
El segundo de Evo, o su jefe, prepara medidas abusivas y la gente reaccionará. Pero dónde están los previsores de tal alzamiento, sus catalizadores y guías. La masa ciega inunda, incendia, destruye, y de ahí qué.
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