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viernes, 23 de diciembre de 2011

Claudio Ferrufino recrea la historia del gato de 9 vidas. "siempre cae parado" refiriéndose a SEEM arropado por las masas pero también "por anónimos poderosos" que están lucrando a su sombra.


Hasta un aura mítica se va creando alrededor de la capacidad de supervivencia del presidente. Ha capeado conflictos que hubieran destronado a otros, e incluso se ha burlado de ellos después. ¿Responde a especiales cualidades políticas o a circunstancias? ¿Características que tengan que ver con lo boliviano, nacional o pluri, por igual?
En Bolivia, siempre, incluso en incipiente democracia, lo que prima son los intereses de los poderosos. Se me dirá que eso es extensivo a cualquier país y cualquier época. Cierto, pero no en vano ha avanzado la historia para permitir realidades de bienestar colectivo sin caer en la falacia “socialista” donde un amo y su corte piensan y deciden por los demás. No es el caso nuestro, donde maquillajes sociales usurpan el pleno derecho de las gentes a elegir sus pasos.
Eso sin considerar un aspecto importante de tipo subjetivo, que se anota en el plus del gobierno masista, quizá a través del miedo a los otrora patrones, haber logrado vencer barreras insalvables de diferenciación étnico-social. Subjetivo porque las masas sienten que alcanzaron un espacio negado por demasiado tiempo y lo hacen saber con orgullo, como debió haber sido desde un principio. Si el indio hubiese participado como sujeto del quehacer nacional, otro sería el cuento. Los errores se pagan, y esa queja, la del “indio” como culpable y enemigo, es obsoleta.
Pros y contras superestructurales, como decían en la universidad, y digresión necesaria para aclarar que ese punto no es el pivote sobre el cual debe basarse la oposición, y sí en el que se apoya y sostiene el Gobierno de tinte popular. Lo concreto es que el pobre no ha cambiado de estado. Políticas de limosna, usuales en gobiernos similares, doran la píldora, crean espejismos de falsa comodidad, pero no fundan bases para ningún progreso posterior. La dependencia de la masa hacia el poder garantiza en primera instancia su popularidad, pero suele ser arma de doble filo si la economía no crea recursos para sustentarlos indefinidamente.
Con unos pesos se tapa la boca del hambriento, en cualquier lado. Se eterniza la abyección del limosnero, camino que no conduce a fin, que en algún momento va a explotar y revertirse en contra de los domadores-amansadores. Esa masa, pueblo, plebe, idolatra a Morales por ahora, mientras pueda mamar así fueren miserias, sin esfuerzo.
Pero, y volvemos al principio del texto, no son sólo los desarrapados y menesterosos la base que sostiene al Gobierno, sino gente poderosa, escondida, cuyos intereses se han visto beneficiados sobre todo por la relajada política de la coca, y que, aunque por origen debiesen contarse en el grupo opuesto, por ganancias se sitúan del otro lado.
Hemos vuelto a los años de las dictaduras militares, donde una casta delincuencial, que se ha ampliado al altiplano y los valles esta vez, continúa lucrando con el negro negocio del narcotráfico. Hay puntales, en El Alto o Rurrenabaque, para quienes mantener el statu quo actual es vital, y que, dados los enormes réditos, impedirán el cambio, abogarán por la destrucción de los parques nacionales, y más.
En Bolivia el asunto no es de tipo étnico, ni siquiera partidario; esa es la fachada, manipulando una larga historia de racismo y abuso. Aquí hay un fabuloso negocio donde participan quién sabe cuántos, dónde y a qué niveles. Así es fácil sobrevivir cualquier andanada coyuntural. Que tal vez ocurra un descalabro, nadie duda. Las explosiones populares son ciegas y se guían a oscuras; son imponderables. La pregunta es simple: ¿conviene a cuántos la situación, y cuán serios son en querer transformarla?
 

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