Es irrebatible la capacidad que tiene el pueblo boliviano de asombrar al mundo con sus extravagancias y episodios que colman las fantasías surrealistas más audaces, colocándonos, con cierta periodicidad, en las primeras planas de la prensa universal y en la cúspide de los creadores del realismo fantástico.
Desde compatriotas que destacaron por apedrear a la Gioconda en el museo del Louvre de Paris, pasando por aquel pintor que le cayó a cuchilladas al Papa Paulo VI en Manila; la caza del Ché en suelo vallegrandino; hasta la entrega de Klaus Altman, puesto en gancho Paris, fueron los acontecimientos que siempre pintaron de cuerpo entero el carácter de nuestro pueblo.
No todos los acontecimientos que marcaron este curioso afán de hacer noticia fueron halagüeños. En el transcurrir de los años nos fuimos caracterizando como el país que batió todos los records de revoluciones y golpes de estado posibles, para colocar gobiernos de las más disímiles tendencias que pueden caber en la fantasía humana, desde fascistas, pasando por comunistas, hasta llegar a etnocentristas. Por supuesto, una variopinta suerte de gobernantes que se hicieron del poder a raíz de estos sucesos caracterizó esta demencial carrera como: Militares, abogados, dentistas, periodistas, señoras, curas y trompetistas.
En nuestra forma violenta de hacer patria no estuvieron ausentes las guerras contra todos los países limítrofes y una que otra civil. En todas ellas clasificamos segundos. ¡Eso sí! Fallamos estrepitosamente en la guerra contra la corrupción, el narcotráfico, el contrabando y la pobreza.
Antes del referéndum revocatorio, recientemente inventado, habíamos descubierto la forma más expedita de deshacernos de un presidente a través de la suspensión por cuerda, es decir: colgándolo en un poste de la plaza principal de la capital empero, dicho método tuvo que ser abolido, dada la consternación y el repudio mundial que ocasionó ese “reality show”.
La beatificación de la hoja de coca es otro argumento que nos mantiene en el estrellato y amenaza con convertirnos en un estado forajido y totalmente aislado si se decide retirar a Bolivia de la Convención de Viena, como acaba de expresar el jefe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de la ONU, después que un “amauta” tratara de hacerle soplar unas hojas de coca durante un acto protocolar en la Cancillería.
Sin salirse del libreto de la espectacularidad, este estado de cosas originó una estremecedora exposición de lo insólito, como es la marcha de discapacitados capaz de estremecer a una momia. Esa patética batalla entre inválidos y gobierno corona este cúmulo de paradojas y nos introduce en el reino de la parajoda.
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