Hace 33 años que Bolivia está intentando construir su democracia y es posible que en lugar de avanzar, estemos retrocediendo. En 1978, la sociedad boliviana llegó al consenso de que las dictaduras no iban más en el país. Ese año hubo elecciones, pero los dictadores y sus adláteres, falsos demócratas, se pusieron de acuerdo para seguir en el poder con unos comicios fraudulentos y un candidato títere que apenas duró seis meses en el poder. Tuvieron que pasar cuatro años, muchos muertos y media docena de golpes de Estado, para que la dirigencia política nacional acepte la decisión de la población.
La catástrofe económica que dejó el proceso de la UDP permitió que la población se aglutinara en torno al único proyecto de ponerle freno a una crisis que estaba matando el país, pero pasada la emergencia, los políticos volvieron a las andadas. En 1989, otra vez se burlaron de la democracia con un estrepitoso fraude que hirió de muerte al sistema que habían encontrado los partidos políticos para asegurar la gobernabilidad.
En 1993, se puso en marcha el mayor proceso de reformas políticas e institucionales del período democrático, con la capitalización como estandarte de los cambios ejecutados bajo un manto de oscurantismo, de espaldas a la gente, sin la suficiente transparencia que asegure el consenso y evite el malestar generalizado que había estado anidando en el país por décadas.
Para 1997, el proceso democrático se había degenerado con la corrupción, el cuoteo y un esquema de gobernabilidad que se tradujo en connivencia. La democracia había servido para unos pequeños grupos de la población, las decisiones las tomaban ellos y también acaparaban sus beneficios. Para ese entonces, la ciudadanía había llegado a la conclusión de que la democracia no funciona para la mayoría y que tampoco es útil para solucionar los problemas más urgentes del país. Esa visión se agudizó en el año 2000 con fuertes protestas que se prolongaron hasta el 2003 y que provocaron la primera salida violenta de un presidente desde 1982.
En el 2003, cobró cuerpo la idea de realizar una Asamblea Constituyente que era lo mismo que borrar todo lo que se había hecho para consolidar la democracia, refundar el país a cargo de una nueva clase política muy distinta a la que había conducido el país. La partidocracia tradicional había desaparecido prácticamente y dio paso a un nuevo esquema basado en el sindicalismo y los movimientos sociales que accedieron al poder en el 2005.
Si tuviéramos que resumir los graves problemas de la democracia en estas tres décadas es el incumplimiento de las leyes, la toma de decisiones de espaldas a la población y la falta de capacidad para superar los problemas estructurales del país, especialmente la pobreza.
El nuevo régimen lo trastocó todo, hizo nuevas reformas estatales, desbarató el aparato institucional que se había creado con mucho esfuerzo, pero lamentablemente vuelve a tropezar con los mismos vicios que han impedido la consolidación democrática. Hoy tenemos una Constitución labrada a sangre y fuego pero que no se cumple, el caudillismo impone su voluntad por encima de las aspiraciones de la ciudadanía y las grandes mayorías del país siguen postergadas. En definitiva, un largo proceso de marchas y contramarchas, con muchos muertos en el camino, que nos ha conducido al mismo punto de partida y al mismo desafío que nos trajo hasta aquí: construir una democracia que parece cada vez más lejana.
La catástrofe económica que dejó el proceso de la UDP permitió que la población se aglutinara en torno al único proyecto de ponerle freno a una crisis que estaba matando el país, pero pasada la emergencia, los políticos volvieron a las andadas. En 1989, otra vez se burlaron de la democracia con un estrepitoso fraude que hirió de muerte al sistema que habían encontrado los partidos políticos para asegurar la gobernabilidad.
En 1993, se puso en marcha el mayor proceso de reformas políticas e institucionales del período democrático, con la capitalización como estandarte de los cambios ejecutados bajo un manto de oscurantismo, de espaldas a la gente, sin la suficiente transparencia que asegure el consenso y evite el malestar generalizado que había estado anidando en el país por décadas.
Para 1997, el proceso democrático se había degenerado con la corrupción, el cuoteo y un esquema de gobernabilidad que se tradujo en connivencia. La democracia había servido para unos pequeños grupos de la población, las decisiones las tomaban ellos y también acaparaban sus beneficios. Para ese entonces, la ciudadanía había llegado a la conclusión de que la democracia no funciona para la mayoría y que tampoco es útil para solucionar los problemas más urgentes del país. Esa visión se agudizó en el año 2000 con fuertes protestas que se prolongaron hasta el 2003 y que provocaron la primera salida violenta de un presidente desde 1982.
En el 2003, cobró cuerpo la idea de realizar una Asamblea Constituyente que era lo mismo que borrar todo lo que se había hecho para consolidar la democracia, refundar el país a cargo de una nueva clase política muy distinta a la que había conducido el país. La partidocracia tradicional había desaparecido prácticamente y dio paso a un nuevo esquema basado en el sindicalismo y los movimientos sociales que accedieron al poder en el 2005.
Si tuviéramos que resumir los graves problemas de la democracia en estas tres décadas es el incumplimiento de las leyes, la toma de decisiones de espaldas a la población y la falta de capacidad para superar los problemas estructurales del país, especialmente la pobreza.
El nuevo régimen lo trastocó todo, hizo nuevas reformas estatales, desbarató el aparato institucional que se había creado con mucho esfuerzo, pero lamentablemente vuelve a tropezar con los mismos vicios que han impedido la consolidación democrática. Hoy tenemos una Constitución labrada a sangre y fuego pero que no se cumple, el caudillismo impone su voluntad por encima de las aspiraciones de la ciudadanía y las grandes mayorías del país siguen postergadas. En definitiva, un largo proceso de marchas y contramarchas, con muchos muertos en el camino, que nos ha conducido al mismo punto de partida y al mismo desafío que nos trajo hasta aquí: construir una democracia que parece cada vez más lejana.
Los graves problemas de la democracia en estas tres décadas son el incumplimiento de las leyes, la toma de decisiones de espaldas a la población y la falta de capacidad para superar la pobreza.
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