Cinco exjefes militares y dos exministros de Gonzalo Sánchez fueron condenados por los sucesos de octubre del 2003, por “genocidio bajo la modalidad de masacre sangrienta”. La sentencia queda coja porque también deben ser juzgados los dirigentes que provocaron dicho enfrentamiento, por desafiar a gente armada, aquellos azuzadores, que desaparecieron del escenario poniéndose a buen recaudo, para luego reaparecer como “héroes” de la movilización de graves consecuencias. Las Fuerzas Armadas defienden a los gobiernos “legalmente constituidos”, salvo en golpes militares, sin juicios porque no hay rédito político.
La Policía debe mantener la paz en las convulsiones sociales. A futuro los militares estarán como simples guardianes de los gobiernos, aceptando imposiciones de su Capitán General, adoptan el lema del otrora enemigo comunista de “patria o muerte”. Ante confrontaciones sociales, los militares tendrán que deliberar cualquier orden, pensarán antes de realizar una intervención armada, especialmente con multitudes que no razonan, porque obedecen la arenga de sus dirigentes, con terribles consecuencias. No hay dirigentes heridos en esas confrontaciones, prueba por demás fehaciente de que después de instigar a sus bases desaparecen del escenario bélico. ¿Debe cumplirse a rajatabla la “agenda de octubre” del 2003? Mientras la economía está inerte, sin fuentes de trabajo. El Gobierno no dialoga con la gente, como ocurre con quienes marchan en defensa del Territorio Indígena del Parque Isiboro Sécure, donde trascienden actos de dudosa legalidad como el sobreprecio de la carretera, que por conveniencia interna y externa tiene que pasar “sí o sí” por dicho territorio defendido por originarios de tierras bajas. El papel que estarían jugando algunos militares como sostén de un Gobierno que asumió la demagogia, permite que vayan a la cárcel exjefes por “genocidio” sólo por un cálculo político y por congraciarse con ciertos sectores, lo que no pasó con dictaduras militares, con desaparecidos, torturados y muertos, algunos fueron arrojados desde aviones en las inmensidades de la Amazonia boliviana. Se vive la euforia de la venganza, en la que la justicia castiga a los actores indirectos y no así a los causantes de esos enfrentamientos. La pérdida de cualquier vida humana es irreparable, nadie puede cegarla. Es tiempo que los dirigentes aprendan a ser líderes y den la vida por sus bases, siendo coherentes con sus discursos. Las armas de fuego son para matar, así de sencillo y los militares estudian para hacerlo… en defensa de la patria.
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