No hay nada tan terrible como un pueblo furioso y en la calle. Frena gasolinazos y derriba dictadores. No hay nada que lo detenga: las balas y los muertos sólo aumentan la rabia y hacen crecer las multitudes. Y no hay nada que los autócratas teman más como un pueblo en la calle. Porque son multitudes que llevan acumulando frustraciones, necesidades mal satisfechas, mentiras sostenidas durante años y, sobre todo, llevan tragándose la visión cotidiana de corruptos, abusivos, aprovechadores del poder, gozadores de privilegios, dueños de la justicia y de la fuerza.
La chispa, Túnez, desató el incendio. El mundo, no sólo el Medio Oriente, está temblando porque el escenario feliz que les regalaba estabilidad, seguridad militar, buenos negocios, tenía cimientos que se están moviendo. Toda la comedia que el mundo occidental -con Estados Unidos y Europa a la cabeza- montó sobre los regímenes autocráticos del Medio Oriente, se está viniendo abajo. Hoy, Obama exige, en nombre de los valores democráticos que dieron nacimiento y vida a su país, democracia para Egipto, ¡después de haber sostenido treinta años a Mubarak! Francia y su presidente se llenan la boca expresando su felicidad por la transición de Túnez a la democracia: ¡hace un año su canciller besaba y abrazaba al autócrata y corrupto Ben Alí, congratulándose por la democracia tunecina!
Israel, beneficiario de la autocracia vecina, con una visión cortoplacista y miope, en vez de alentar a los moderados para que sean sus próximos interlocutores, apoya a Mubarak, al que se está cayendo. Porque, suceda lo que suceda, la era del autócrata ha terminado. Fidel Castro, sin mirarse al espejo, se congratula por la caída de la dictadura… ¡el burro hablando de orejas! No creo que alguien tenga la seguridad de lo que va a venir, sí sabemos lo que está de ida. Lo sabe la mujer de Mubarak y su hijo Gamal, supuesto sucesor al trono, que ya han llegado a Londres en el jet privado, con 67 valijas, listos para ocupar su vivienda en el centro de Londres, una modesta casa de seis pisos comprada en 23 millones de libras esterlinas. Una parte, pequeña parte, de su fortuna acumulada de cerca de 40.000 millones de dólares.
Por el momento, ni en Túnez ni en Egipto, se puede decir que hubiera habido una manipulación de grupo, un escenario organizado. Todo ha sido espontáneo y esencialmente popular. Normalmente la rabia no tiene ideología, incorpora a todos, en la calle no hay diferencias, el hartazgo se comparte y el grito se hace uno solo. Lo que venga, depende de la resistencia que se ponga al clamor de la gente y la insistencia de los autócratas y sus acólitos para quedarse. Mientras más persistan en quedarse, más probabilidades de que los movimientos populares se hagan más radicales. Mientras más rápido se entregue el poder, más posibilidades de transición moderada. Los pueblos no disfrutan los extremismos: son las minorías las que los fomentan.
Es cierto que mucha gente se pregunta, ¿y quién vendrá? Durante años, ha funcionado el mecanismo del chantaje: o apoyamos a las autocracias o vienen los islamistas. ¿Alguien les habrá contado que era la mejor forma de pavimentar el camino del islamismo? Hoy por lo menos, los que están peleando, los que están conquistando democracia son todos. Mientras más resistencia encuentren esos “todos”, más fácilmente llegarán “algunos”, los que no quieren democracia, los nuevos totalitarios, los ayatolas. También hay que cerrarles el paso. Los déspotas tienen su hora… el pueblo también quiere la suya.
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