Opacado por toda la ola de reacciones ocasionada por la estatización de las empresas generadoras de energía eléctrica y de la distribuidora cochabambina, ha pasado casi desapercibido un tema que en otros tiempos hubiera provocado un escándalo mayúsculo. Nos referimos a los anuncios hechos por el Presidente del Estado, primero, y por el Vicepresidente, después, sobre la necesidad de dejar atrás los tiempos del sindicalismo independiente y pluralista.
No parece de ningún modo casual que tan rotundas sentencias hayan sido pronunciadas coincidiendo con la celebración del Día del Trabajo, con la exacerbación de las disputas internas en el seno de las principales organizaciones sindicales del país –la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) y la Central Obrera Boliviana (COB)— y con la clausura de una etapa del “proceso de cambio” que hasta ahora tuvo en las lides electorales su principal campo de acción.
El 1º de Mayo, por razones ampliamente conocidas, es una fecha cargada de simbolismo. Fue por eso escogida para marcar los hitos del proceso de destrucción del sector privado de la economía y la transformación de las principales empresas del país en apéndices del aparato estatal. Y también, ahora, para declarar la destrucción de dos de los principios fundamentales del sindicalismo nacional y mundial, como han sido la independencia y el pluralismo, que nadie se atrevía a cuestionar, y que fueron enarbolados por los trabajadores mineros, primero, y luego por la COB a lo largo de su historia.
Como lo han explicado con tono didáctico ambos mandatarios en sendos discursos relativos al tema, la próxima etapa del “proceso de cambios”, la que ahora se inicia, deberá tener en el “nuevo” sindicalismo uno de sus principales puntos de apoyo. Tendrá que ser, se entiende, un sindicalismo absoluta, total e incondicionalmente sometido a los lineamientos que provengan de las élites gobernantes, en el que no habrá discrepancia posible y en el que cualquier gesto de independencia será interpretado como una traición.
Y como si las palabras no fueran suficientes, para respaldarlas abundaron durante las tradicionales concentraciones laborales los golpes, las amenazas y las muchas formas de coerción con que durante los últimos tiempos se castiga a quienes se considera “enemigos de la revolución democrática y cultural”.
Para los asalariados del país afiliados a la COB, incluidos los maestros y otros empleados del sector estatal, ese tipo de actos tendentes a imponer un régimen de pensamiento único no tienen precedentes. Por lo menos no en tiempos democráticos, pues las dictaduras militares sí recurrían a similares métodos para dividir o sacar del escenario a los dirigentes contestatarios. Los campesinos miembros de la CSUTCB, en cambio, ya tienen alguna experiencia acumulada en ese camino. Ya suman decenas los dirigentes que por no haberse sometido con suficiente docilidad cayeron en desgracia y vieron su carrera sindical y política truncada.
Siendo tan importante el giro que se pretende dar al sindicalismo boliviano, es tan sorprendente como lamentable la indiferencia con que el anuncio fue recibido. Se diría, a juzgar por tanto silencio, que en efecto, en Bolivia ya no hay lugar para un sindicalismo independiente y pluralista.
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