Hace aproximadamente siete años, cuando formaba parte de la mesa del programa “Enemigos íntimos”, en radio Fides, el exvicepresidente Víctor Hugo Cárdenas tuvo a bien aceptar nuestra invitación para someterse al no siempre cómodo –para el entrevistado- ejercicio del escrutinio público sobre diversas cuestiones.
Los últimos días me han venido al oído, como si estuviesen sonando hoy, los términos que la exautoridad nacional, datos en mano, dedicó al asunto del agua, tomándose buena parte del tiempo del programa. Palabras más, palabras menos, Cárdenas, en su admonición final, advirtió que “si no se toman de inmediato las previsiones, el agua desaparecerá de las ciudades en pocos años más”. Dicho y hecho.
El mensaje, obviamente, iba dirigido al régimen, en general, y a los encargados de la gestión del agua, en particular. Me cuesta creer que no lo escucharon –el programa gozaba de algún grado de audiencia, sobre todo la de, por lo menos, gente afín al gobierno que, de tanto en tanto, nos hacía llegar amenazas veladas-. Más bien pienso que, por tratarse de un ciudadano ampliamente conocido por sus críticas al régimen –en la actualidad, con mayor dureza aún- los operadores del mismo, incluidos los “hombres fuertes”, muy pagados de sí mismos por entonces, habrán optado por mofarse de Cárdenas o la habrán considerado como un agente de la CIA en plan alarmista.
Siete años después, el 19 de noviembre de 2016, en Oruro, el señor Evo Morales, tomando por estúpidos a los ciudadanos dice: “No sabía que había problemas en La Paz”, contradiciendo su propia petición de disculpas hecha días antes. Si no sabía de la escasez de agua, ¿por qué qué las pedía? Una vez más la incoherencia del individuo que gobierna el país se hacía patente.
Finalmente, rendido a la evidencia, reconoció –a la manera de un amante que es el último en enterarse de que su pareja le es infiel- que la crisis del agua está ante sus narices y que tira para largo. Como medida política antes que técnica, desconociendo –censurándola sería más propio decir- a la ministra del área, designa un gabinete especial comandado por su factótum, el siniestro Señor de los Camiones, cuyas primeras medidas parecen ahondar aún más la crisis.
Morales y sus llunkus reconocen la existencia del problema –ya sería demasiado que no lo hicieran; la propaganda es inútil cuando la realidad se presenta a ojos vista-. Pero una cosa es reconocer y otra, asumir su responsabilidad –culpa, inclusive- en el desencadenamiento de tan extrema situación.
Como de costumbre, la Nomenklatura oficialista ha salido por la tangente, internamente purgando de sus cargos a sabandijas puestas por ella misma; ¿la MAE? Bien, gracias; ¿el capo de tutti capi? En las nubes. Pero la artillería del régimen ha sido, una vez más, dirigida a factores externos: Doria Medina, la prensa “exagerada”, las redes sociales… Vergonzosa “lavada de manos” que, sin embargo, la han hecho sin agua. Un portento sólo posible con una colosal dosis de cinismo.
En la gestión del régimen hay, por lo menos, un alto grado de imprevisión -con un posible agravante de corrupción- ¿No es corrupción, acaso, destinar ingentes recursos a lujos y placeres, mezquinándoselos a las necesidades más apremiantes de la población: salud, educación, servicios básicos, justicia y seguridad?
Hace poco, en medio de la desesperación de la ciudadanía al borde de la deshidratación y amenazada por enfermedades, el malhechor que vive en las nubes definió sus prioridades mostrándose preocupado por la organización de un cuadrangular de fútbol. Es el mejor testimonio de que, desde hace diez años, a Bolivia la están gobernando con los pies.
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