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sábado, 9 de agosto de 2014

ante el Altar de la Patria, en la Casa de la Libertad de Sucre la Capital de Bolivia, Carlos Mesa encuentra inspiración para hablar del pasado común de bolivianos que pusieron lo suyo para la creación de Bolivia en una combinación de diversas etapas de nuestra historia

Acordes con los tiempos que corren, a tiempo de cambiar el nombre de Congreso Nacional por el de Asamblea Legislativa Plurinacional, los actuales gobernantes decidieron incorporar a la pareja Túpac Katari-Bartolina Sisa en la testera del edificio del Legislativo, sustituyendo dos obras maestras de la pintura republicana (el Bolívar de Toro Moreno y el Sucre de Michelena). En su lugar aparecieron emparejados el matrimonio indígena y el Libertador y el Mariscal de Ayacucho, estos últimos también en pareja en una obra de dudosa factura.
Ahora le ha tocado a la capital del Estado (afortunadamente tan republicano como siempre). Encima de los retratos de cuerpo entero de los tres próceres criollos, Antonio José de Sucre, Simón Bolívar y José Ballivián, aparecen los cuadros de los dos próceres indígenas elevados también a los altares patrios.

Ciertamente ni a Katari o Sisa, ni a Ballivián, se les hubiese pasado por la cabeza ni en el más delirante de sus sueños que iban a compartir honores en la sala más importante dedicada a recordar el camino a la libertad del país. José Ballivián, cuyo retrato está donde está por su triunfo militar en la batalla de Ingavi, que consolidó la independencia boliviana frente a las aspiraciones peruanas de anexarse Bolivia, era nieto de Sebastián de Segurola llamado para defender a La Paz precisamente cuando los Katari iniciaron los terribles cercos sobre la ciudad; el primero en marzo y el segundo en septiembre de 1781. Los esposos Katari que asediaron sin tregua la ciudad del Illimani, tuvieron como su principal enemigo al jefe español, abuelo del estadista paceño. En una guerra a matar o morir los indígenas estuvieron a punto de doblegar a Segurola. Atacantes y defensor demostraron gran destreza militar, decisión inquebrantable y una actitud implacable y brutal con los adversarios. Los hechos de sangre, la cantidad de muertos, el suplicio de los sitiados víctimas del hambre y las enfermedades, dejaron constancia de dos mundos radicalmente enfrentados. Entonces, el triunfo  fue para Segurola a nombre de la Corona española. Con el apoyo de Ignacio Flores, el  general José de Reseguín y el mando del Oidor Tadeo Diez de Medina, el abuelo materno de Ballivián salvó a La Paz y cobró el precio. Por decisión de Diez de Medina, Túpac Katari fue descuartizado el 14 de noviembre de 1781 y Bartolina Sisa fue ahorcada en septiembre de 1782.
Poco más de doscientos treinta años después, la imagen de Katari se coloca encima de la de Sucre y la de Bartolina Sisa encima de la de Ballivián.  El general y Presidente está a los pies de la mujer rebelde que tuvo en jaque a su abuelo. El vencedor de Ingavi debajo de quien acabó ahorcada por los jefes militares colegas de Segurola.
En un salto extraordinario y difícil de ligar dentro de la lógica de causas y efectos, cinco personajes se unen en un mismo lugar, aunque las razones que los han llevado hasta allí sean muy distintas. Está claro que los Katari no hubieran apostado jamás por un Estado como el que es hoy Bolivia, como probablemente Ballivián tampoco hubiese vislumbrado el país de hoy. No por lo evidente, la transformación imperativa que provoca el paso del tiempo, sino porque ni unos ni otro lucharon por las mismas razones. Los líderes aymaras querían recuperar un territorio, liberarse de la tiranía de los impuestos del imperio y querían expulsar a españoles y criollos de la geografía de los Andes. No parece muy plausible que desearan compartir lo que consideraban suyo con los descendientes de los europeos que invadieron y conquistaron el imperio de los incas. El Presidente Ballivián, originalmente alineado en las tropas realistas, derrotó a los peruanos en Ingavi para fortalecer la república liberal nacida en 1825, sobre el ideario bolivariano de una nueva forma de ciudadanía y desde su mirada aristocrática y de lo que él entendía por civilización.
De algún modo, sin embargo, el que las cinco figuras compartan un mismo espacio (consideraciones estéticas al margen) y unas no hayan sustituido a las otras, es una señal imprescindible hoy, la de una nación que debe integrar su pasado más allá de las consideraciones que fuerzan ciertos hechos o que reinventan ciertos caminos. La idea que parece sedimentarse hoy es la de desterrar la absurda intención de negar y borrar el pasado que no se acomoda a la visión de los gobernantes.
Por los caminos más tortuosos y a través de las lecturas más caprichosas, encontramos la ruta que permite enhebrar dos hilos en una misma aguja. La “virreina” indígena acaba, por los extraordinarios azares de la construcción política, mirando de reojo al descendiente de los Segurola, y eso es definitivamente una forma de reencuentro, no entre dos enemigos, sino entre dos constructores que a su modo hicieron posible lo que hoy vivimos. A fin de cuentas nadie puede adivinar lo que los siglos le tienen deparado si, como Katari, Sisa y Ballivián, merecen por diversas razones ser recordados por los bolivianos.

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