La dictadura de Luis García Meza (1980-1981) fue un periodo protagonizado por la violencia, la intolerancia y abuso excesivo del poder autoritario. Un hecho muy notorio de la época fueron los crímenes de la calle Harrington. El 15 de enero de 1981 se reunía la dirección clandestina del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). El grupo fue delatado e interceptado por Luis Arce Gómez, quien organizó un operativo de aniquilación que culminó con el asesinato de ocho dirigentes del MIR, donde –según la prensa de la época– milagrosamente se salvó la dirigente Gloria Ardaya. Este hecho político fortaleció enormemente al partido de izquierda revolucionaria. No por nada el líder principal, “el político de raza”, Jaime Paz Zamora fue el acompañante a la vicepresidencia de Hernán Siles (UDP). En esos años el MIR aglutinaba a sectores universitarios y “clase” media.
Entre sus dirigentes más destacados se encontraban Óscar Eid Franco, Alfonso Ferrufino, Antonio Araníbar, Miguel Urioste, Guillermo Capobianco, Fernando Cajías de la Vega, Ramiro Velasco Romero, entre muchos otros. La idea tan popular y extendida de ese tiempo era el retorno de la democracia. En otras palabras, dadas las circunstancias históricas, políticas y emocionales de la dictadura, la democracia se convirtió en un proyecto de poder. Las guerrillas “revolucionarias” del Che Guevara y Teoponte no tuvieron éxito alguno. A decir de Fernando Molina hubo una “conversión sin fe”. Transitaron de revolucionarios a demócratas convencidos.
El 10 de octubre de 1982 se instaura el parlamento y por consiguiente se reconoce la victoria electoral de junio de 1980 de Unidad Democrática Popular (UDP). Hernán Siles Zuazo ganó las justas electorales con el 507.173 votos (38,74 por ciento).
Una coalición que reunía al Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y el Partido Comunista de Bolivia (PCB). Como toda coalición a pesar de ser “revolucionaria”, implica también pugnas por espacios de poder, ministerios, direcciones, en fin, todo lo que se pueda controlar a favor de cada uno de estos partidos.
En esa época muchos dirigentes, políticos y jóvenes intelectuales volvieron del exilio político, o simplemente retornaron a Bolivia porque ya había condiciones de estabilidad política. Los años 80 fueron para esa generación, ni duda cabe, el comienzo de una “nueva Bolivia democrática”.
Pero una cosa es el discurso, la retórica y la ideología y otra cosa muy distinta la realidad fáctica que se contrapone a esos discursos bien intencionados. En tal sentido es ilustrativo un hecho que se repetirá ya sea con revolucionarios o neoliberales.
En esa época, una conocida política de izquierda como cuota de poder tenía a su cargo la Dirección de la institución Flacso con subsidiaria en La Paz. En ella recibía a “intelectuales” para emprender cursos de formación política e iniciar una revista sobre teoría política. Pero los postulantes tenían que tener ciertas credenciales (no necesariamente méritos académicos): en lo principal era ser militante del MIR o del PCB. Muchos jóvenes intelectuales de gran nivel académico no fueron tomados en cuenta por no tener esas credenciales políticas que certifiquen su militancia “revolucionaria”.
Esta figura se repite constantemente, ya sea con partidos de izquierda o de derecha. La pugna política (independientemente de su ideología) es en el fondo por cargos y “pegas”. La burocracia boliviana, al carecer de suficientes lugares de trabajo necesita avales o recomendaciones para acreditar su militancia. Está en segundo plano la formación académica o el tener méritos administrativos. Lo que importa y prima es la “lealtad” política. La historia burocrática de Bolivia es fecunda en enseñanzas políticas que tipifican su modalidad espiritual, sus costumbres profundas y sus procedimientos que no afectan a la ideología que profesan, sino que generalmente son símbolo de la versatilidad de los políticos.
El autor es abogado
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