Para nada resulta ser una sorpresa que el gobierno comience a desandar el supuesto camino de los procesos de cambio. Porque nunca se tuvo otra cosa que una sensación de cambio. Algo así como un vientecito frío que te toca y se escapa.
La caída del gobierno constitucional de Gonzalo Sánchez de Lozada y la forma en que pierde el control de su gobierno, fue en realidad el telón de fondo que envolvió las escenas que luego sucedieron en un ir y venir sin ruta clara.
Muchos pensaron que acabado ese gobierno todo era cuestión de tiempo para que la “normalidad boliviana” volviera a sostenerse en sus viejos andamios. Así que Evo Morales fue visto como el número uno del retorno y nunca como un líder permanente. Y esa clásica, romántica y descuidada sociedad de élites acomodadas alrededor de una estructura política condescendiente con su comodidad de hacer dinero fácil y de mirar el futuro sin preocupaciones, dejó que la conspiración, la traición y el engaño se hicieran voto popular.
Ese voto fue visto como el cheque en blanco para dar paso al proceso de cambio. Y con tal calificativo, que no contiene nada y puede servir para todo, la involución social, política y económica se hizo presente. Cada error visto como el producto del cambio hizo girar la rueda de la desagregación nacional.
Pues bien se llegó al punto de creer que una nueva Constitución Política era la solución final y el inicio de una nueva era. La vieja clase social y política miró el paso de una constitución a otra, como una oportunidad. Y bajo la bandera de la autonomía, creyó haber encontrado el camino del restablecimiento de pesos y medidas con los profetas del proceso de cambio. No era una mala lectura. Si además de ella se hubiera tenido el cuidado de preparar un bloque social capaz de contener al gobierno en su loca ambición de concentrarlo todo.
Pero no tuvo esa capacidad y se quedó con las banderas autonómicas pero sin sostén social. Lo paradójico de esto es que no son los autonomistas los que desequilibran al gobierno, sino las propias bases indígenas que le dieron el voto cuantas veces se lo pidieron.
Y sus demandas por autonomía regional, control de los recursos naturales y representación política propia, están inscritas en la nueva constitución. Derechos otorgados, derechos constitucionales consagrados que ahora, ante la magnitud de los que representan resultan derechos inconvenientes, derechos absurdos y pretensiones desmesuradas.
El proceso de cambio recula. Tiene miedo. Ahora que puede mirar el engendro al que dio vida, se espanta y le insulta y le ofende y le amenaza. Esa es la calidad de estos revolucionarios de gorra marca Adidas. Pero es tarde. Ya no pueden evitar que el Frankenstein se levante y reclame su vida. No se trata de una simple marcha. Se trata de arrancarle a lo que queda del Estado Nacional la última capa de piel.
Es el inicio del proceso de desagregación nacional. Donde cada pedazo de territorio izará su propia bandera. Y de este modo comienza cumplirse la profecía inicial que dimos cuando Evo era reelegido por segunda vez. Bolivia o lo que comienza quedar de ella, se irá convirtiendo en un incordio, cada vez más insoportable. Y habrá una sola manera de evitar que la peste cunda. Y no quiero decirla, porque me duele el alma.
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