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domingo, 9 de agosto de 2009

Cayo Salinas se adentra en un razonamiento lógico sobre la whipala (estandarte aymara) y los deseos de García Linera. Rojo amarillo y verde es nuestra


Para los que no creían que votar por el sí a la CPE iba a significar mayor problema, los últimos acontecimientos harán que esa percepción cambie. No me cansaré de anotarlo una y otra vez (en todo caso, lo hice con insistencia mucho antes al referéndum constitucional) y es que digan lo que digan esa suerte de galimatías constitucional no es más que un mamotreto que refleja la irresponsabilidad, sometimiento y codicia de los partidos políticos tradicionales con representación parlamentaria encabezados por el MAS y secundados por todos aquellos que dijeron sí cuando podían decir no.

Y aquí no corre el verso aquel de que se hizo lo que se pudo y que el texto actual es mejor que el que pudo salir de Oruro. La representación parlamentaria que fue servil al proyecto oficialista es corresponsable de la destrucción de la República, del fraccionamiento del territorio nacional y el aniquilamiento de la institucionalidad republicana asentada en la independencia de poderes a través de un texto que hoy, formalmente, es la ley más importante del país y, estructuralmente, ¡es la peor!

En efecto, la NCPE tiene una orientación racista, segregacionista y nacionalista, dejó de ser el instrumento capaz de acoger el sentimiento de todos los bolivianos para ser el documento que divida y no una. Bajo esa corriente, existen símbolos que personifican un país, una región o un grupo social. La bandera y el escudo son los más importantes si de un país se trata, porque todos nos identificamos con la imagen que dejan traslucir. Así entonces, la rojo, amarillo y verde tiene porte, tradición, leyenda e historia. No hay bandera en el mundo que no tenga una y esa, entre otras, es parte de su fortaleza. En todo caso, la nuestra estuvo en mil batallas, ganó muchas, perdió otras y por ambos episodios, tiene peso específico. Arranca emociones cuando se la ve flamear, conmueve cuando uno asume que es capaz de defenderla con todo y contra todos y articula cuando de Bolivia se trata. A nuestra tricolor y a la historia que está detrás de ella, aun en las diversas formas que adoptó a lo largo de estos 184 años, le debemos respeto y contemplación. Ese sentimiento es el que provoca un símbolo patrio cuando como símbolo, representa a todos, no a una parte. No acontece lo mismo con la wiphala, bandera que encarna a aquellos que se reconocen indígenas --aun cuando no todos los que lo hacen piensen así-- y que asumieron que ese emblema los representaba como paradigma de un proceso que busca la implementación de Estados Plurinacionales Comunitarios y de pertenencia a nacionalidades que ignoran la boliviana como tal. En efecto, en el Estado Plurinacional Boliviano --desaparecida la República-- la bandera con historia, la que ganó batallas por defender la integridad patria, la que simboliza la noción de bolivianidad, tiene su par. De acuerdo a la NCPE, la wiphala es uno de los símbolos del Estado y según DS, debe ser izada a la izquierda de la bandera tricolor y estar compuesta por 49 cuadrados repartidos en siete filas y siete columnas con la diagonal central de color blanco de forma descendente de izquierda a derecha. ¡Qué locura! Cuando se gana una batalla, lo primero que hace el vencedor es incrustar la bandera que lo identifica como señal de victoria. Por eso no es casualidad que días antes al 6 de agosto se haya promulgado el decreto que normó su uso como símbolo patrio, como representación ineludible de victoria política, de dominación de unos sobre otros, de aquellos que no se sienten bolivianos y que creen que luego de reivindicar años de ostracismo, recuperaron el territorio perdido (y el poder) en el que habitan mayoritariamente cholos y mestizos. Y mejor si se recurre al expediente utilizado en una batalla, estacando la bandera que identifica al vencedor. Y para que no queden dudas al respecto, el discurso de Álvaro García Linera en la Casa de la Libertad. Agresivo y belicoso. Innecesario e impropio de un empleado público de ese rango. En todo caso, el gobierno necesitaba antes del 6 de agosto hacer saber que la bandera que flamea como vencedora es la del mundo indígena, la de quienes creen que este tema pasa por origen y color de piel. Necesitaban que el mensaje llegue y llegue bien. Y no había mejor exponente que Álvaro García Linera para dejar en claro que el gobierno es capaz de aplastar a quien se ponga al frente, sin misericordia, aplicando las tácticas de Sun Tzu en el Arte de la Guerra, uno de los preferidos del “Vice”. Y si bien la wiphala no tiene historia porque quienes la adoptaron lo hicieron de la más fina tradición europea (no por eso debe dejar de respetarse a quienes la utilizan como parte de su idiosincrasia), ni triunfó en aquellas batallas que sirven para inmortalizarlas porque por ellas y con ellas se defiende a un país, con su imposición se generarán problemas de gran magnitud. No había necesidad que forme parte de la estructura constitucional, menos que su uso se imponga aviesamente. Siendo oficial y no reconocida por gran parte de los bolivianos, los efectos de la NCPE comienzan a brotar.

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