Han transcurrido diez años desde la ceremonia de entronización de Evo Morales Ayma en Tiahuanacu como el “Primer Presidente Indígena de Bolivia”, la que abundó en rituales supuestamente propios de los pueblos que habitaban estas tierras antes de la conquista española. El acto estuvo precedido de discursos sostenidos de remembranza de lo que significó la colonia y posteriormente la república para los habitantes de las Américas. La exaltación de las virtudes y la sabiduría de los pueblos originarios contribuyó a que hombres y mujeres autoidentificados como indígenas, sobre todo descendientes de quechuas y aimaras, sintieran que avanzaban por el camino de su liberación, del reconocimiento pleno de sus derechos y hacia el fin de la exclusión social, tareas que la revolución de 1952 había dejado truncas.
Una de las primeras acciones del Gobierno, para satisfacer a la base social que le apoyó y se adhirió al discurso de vendetta por los 500 años de exclusión, fue designar en los cargos más visibles a mujeres y hombres vestidos a la usanza indígena. Se les pidió que, agarrándose el corazón con la mano derecha, levantaran el puño izquierdo.
Sin embargo, se tuvo especial cuidado de no designar entre los modelos de integración étnico cultural a aquellos que lograron superarse, desarrollar su inteligencia por esfuerzo propio y venciendo las adversidades. No se designó a personas con capacidad crítica, se prescindió de ellas como souvenir en casa de gringo, pues no estaban dispuestas a cumplir el triste papel de besamanos. A esas personas no se les llamó a aportar al llamado “proceso de cambio”. Si hubo alguna, no pudo romper el férreo círculo que rodea al Presidente, círculo que lo tiene obnubilado con tanta alabanza y zalamería. Las personas críticas tuvieron que alejarse para no ser parte de la evidente impostura.
Al cumplirse una década de tan emotivos actos, tenemos que los indígenas también habían sido útiles para ensuciarse las manos con la corrupción para que los beneficiarios directos no aparezcan. También tenemos drásticos verdugos, dispuestos a hacer escarnio de mujeres y hombres que, desde sus limitaciones y ubicados en los límites de su incompetencia, sirvieron a cambio de migajas.
Hoy esos indígenas son perseguidos o encarcelados y continúan siendo útiles para tapar latrocinios mucho mayores que el del Fondo Indígena. Pero, al ser los autores de los delitos señoritos(as) muy ilustrados(as), se tiene que seguir mostrando al tema del Fondo Indígena como el peor.
¿Algún día los verdaderos indígenas dirán “no” a ese perverso discurso que los ensalza, usa y tira como a estropajos, y refuerza los prejuicios que asocian lo indígena con lo ignorante?
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