Nadie puede poner en duda la seriedad de un diplomático e historiador del nivel de don Roberto Querejazu Calvo, quien nos dejó obras tan importantes como “Masamaclay”, “Guano, Salitre, Sangre”, “Llallagua”, “Chuquisaca” y otras más. Pues en estos días tan ajetreados, entre la celebración de un aniversario más del Estado Plurinacional, la elección de las directivas en la Asamblea, el papelón de los opositores en la misma Asamblea, y la visita a Santa Cruz de Mario Vargas Llosa, he leído pasajes de “Bolivia y los Ingleses“ del referido autor y lo cierto es que me ha impactado, porque parece que la mentalidad de los bolivianos no hubiera cambiado en más de un siglo y medio, desde las épocas del populista general Belzu.
Si observamos a los regímenes populistas en el continente advertimos que un denominador común es su rechazo a lo extranjero, que, en algunos casos, se convierte en una verdadera xenofobia. En las épocas de Belzu la hostilidad hacia lo foráneo era tal, que no solamente se agredía a los diplomáticos de naciones vecinas, sino que ya por entonces se le tenía inquina a los EE.UU. y se maltrataba a su representante, además de la especial fobia que Belzu sentía por Inglaterra, por entonces la primera potencia del mundo.
A tal extremo llegó el enfrentamiento entre el gobierno boliviano y el encargado de negocios británico, coronel John Augustus Lloyd, que, a raíz de eso, surgió la historia de que la reina Victoria, avisada de que Bolivia no tenía puertos para que su poderosa escuadra los pulverizara a cañonazos, habría expresado indignada: “¡Entonces hay que borrar a Bolivia del mapa!”. Cierto o falso, este episodio que es conocido mundialmente, no pasaría de ser una “leyenda”, según Querejazu, aunque tampoco es rotundo en negar que algo parecido pudo salir de boca de Su Graciosa Majestad.
Todo el problema con el representante inglés surgió a raíz de una exigencia de indemnización que la empresa británica Hogan, rescatadora de barrillas de cobre en Corocoro le planteó al gobierno nacional, exigencia que respondió el canciller Rafael Bustillo en términos durísimos. Entre otras cosas la nota boliviana advertía a la legación británica, que, “…el señor presidente (Belzu) me ha ordenado expresarle que ha visto con suma extrañeza la singular ligereza de V.S. para acoger e interponer ante el gobierno de la república reclamos tan injustificables y temerarios, que por tanto, espera que V.S., con la circunspección y tino que debe caracterizar al encargado de negocios de la Gran Bretaña, no querrá, en adelante, prestar su apoyo a este género de pretensiones, ni hacer valer su influencia y posición para cosas evidentemente injustas (las indemnizaciones) y que en ningún caso podrá el gobierno aceptarlas; permitiéndose de la sagacidad de V.S. que esta sea la última vez que manifieste tales pretensiones”.
El coronel Lloyd, además de asombrado por el ultimátum, quedó indignado, convencido, de que ninguna represalia se podría tomar aprovechando el poder de la Royal Navy ya que las cuatro casuchas de Cobija no merecían ni una salva de cañonazos. Impotente ante lo que consideraba una ofensa, Lloyd escribía al Foreign Office, según Querejazu: “He comunicado las circunstancias del deliberado e inconfundible insulto hecho a esta legación por el presidente y su ministro. Para dar satisfacción a la ferocidad del pueblo contra los extranjeros y los herejes, el presidente ha mirado deliberadamente la mejor víctima. La representación en nombre de la casa Hogan constituyó una excusa para interpretar erróneamente mi reclamación y la respuesta del ministro ha sido publicada como un triunfo del partido cholo, para mostrar la independencia respecto a una potencia europea…”. Nos preguntamos: ¿no vemos cosas similares en Bolivia un siglo y medio después? ¿No se buscan golpes escénicos para contentar al pueblo y hacerle creer que Bolivia no se doblega ni ante la primera potencia del mundo? ¿Algo de novedoso existe en los berrinches populistas de la actualidad?
Los informes de Lloyd a su cancillería sobre los malos tratos en Bolivia contra diplomáticos brasileños, peruanos, chilenos, norteamericanos, franceses, y, finalmente, hasta la negativa de ratificar un concordato con el Papa, son preocupantes. Este, el encargado de negocios inglés, era, como decir hoy, el embajador de los Estados Unidos. Ni los ingleses bombardearon la caleta de Cobija entonces, ni a los norteamericanos, mucho menos, se les ocurriría tomar medidas drásticas contra Bolivia. El coronel Lloyd tomó sus bártulos y se marchó a Arica ante el temor a represalias. Nada más sucedió, según Roberto Querejazu, hasta que tuvieron que pasar 50 años para que los ingleses reanudaran relaciones con ese país díscolo, tan lejano y enclaustrado que podía insolentarse ante Su Graciosa Majestad, porque, hasta arriba de los cerros, no llegaban los cañonazos de su flota.