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miércoles, 11 de octubre de 2017

Renzo Abruzzene resume la historia de la izquiera boliviana, lo hace como profesor que conoce la materia apuntando que la izquierda clásica, ortodoxa y marxista la que siente desprecio por la democracia. reconoce que la mejor expresión de la izquierda llega a ser la UDP que asume con Siles sin alcanzar sus metas. el MAS alza sus banderas sin lograr otra cosa que retener el poder, fin supremo de ese izquierdismo amorfo...

La izquierda clásica, ortodoxa y marxista sintió siempre un supino desprecio por la democracia; “la democracia solo conduce a la democracia, no al socialismo” había profetizado Lenin y la lapidaria sentencia hizo parte del credo revolucionario latinoamericano en una buena parte del siglo XX; sin embargo, mucho antes de lo previsto quedó claro que el ‘socialismo real’ se asemejaba demasiado a las dictaduras de corte fascista que los militares habían instalado en esta parte del planeta. El efecto fue que, de a poco, pero de forma sistemática, la ‘izquierda ortodoxa’ comprendió que la única forma de reconquistar y reconstruir nuestras sociedades pasaba por la democracia. En un determinado momento, la izquierda marxista gozaba de tan  mala reputación que un mínimo de inteligencia recomendaba seguir las pulsiones del pueblo, y el pueblo clamaba por democracia.
Arrió sus mejores banderas y siguió la voluntad popular. Así nació la izquierda democrática, que reconquistó el poder con Siles Suazo  un 10 de octubre de 1982.

Para entonces, todos cerraron filas en torno a la defensa de los Derechos Humanos y civiles y todos reconocieron que la única manera de contar con un país que pudiera recibir el siglo XXI en condiciones mínimas de existencia era reconstruyendo la institucionalidad democrática, respetando el libre juego de las ideas, valorando el rol de la disidencia, asumiendo que la forma de ser de los países inmersos en la modernidad de occidente era, sin duda, la forma democrática.

La democracia boliviana fue, en este sentido, y a despecho de su propio credo ideológico, la mejor victoria de la izquierda boliviana. La UDP era su mejor expresión.

Cuando Evo Morales asume el poder, lo único que queda de la izquierda revolucionaria es la izquierda democrática. En el camino la “dictadura del proletariado”  probó -en los países detrás de la Cortina de Hierro- su fracaso total y no tardaría mucho en desplomarse junto al muro de Berlín. En este contexto, el MAS comprende que  la manera de revivir ese fósil era invirtiendo sus propios preceptos hasta entonces inmutables; el encargado de redimir la especie humana ya no era el combativo proletariado, en su lugar estaban los campesinos, los pueblos originarios, la teocracia del Tawantinsuyo, el inca moderno. El mito. 

La fuerza que guiaba el mundo ya no era la historia, sino la tradición. La democracia había cambiado y con ella la noción de pueblo. El pueblo que fue el laitmotiv de la izquierda democrática tampoco era el mismo, ahora lo formaban los que hablaban un idioma originario, los que creían en las fuerzas telúricas de la Pachamama, los pobres pero no los medios pobres ni los ricos y aunque más del 60% se autoidentificaba como mestizo, los mestizos no existían, no eran parte del pueblo.  Los ‘camaradas’ del PCB y los temibles ‘compañeros’ de la COB ahora se  identificaban como ‘hermanos’ bajo la férrea  égida del ‘hermano Evo’.

El pueblo ya no eran todos y el monarca se convenció que era insustituible y eterno. Así nació la izquierda masista que a la sazón le debe su existencia a las fuerzas democráticas que hoy combate implacablemente. Esa es la historia que este 10 de octubre inicia su larga y seguramente penosa caída. Por cierto, en la historias nadie es eterno.

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