Álvaro Vargas Llosa
No fue a La Habana a despedir a Fidel Castro ningún jefe de Estado o de gobierno en funciones de un país desarrollado, ni siquiera un mandatario o dictador de los BRICS, y las ausencias latinoamericanas incluyen a los gobernantes de Brasil y Argentina, así como de tres de los cuatro países integrantes de la Alianza del Pacífico (la excepción fue México). Con seguridad tampoco habría ido el mandatario de Colombia si no fuera porque La Habana hospedó las negociaciones de su gobierno con las FARC.
Hay, pues, una notoria desproporción entre las declaraciones oficiales y los trinos (tuits) que los gobiernos de medio mundo dedicaron a Castro y la presencia física de líderes extranjeros en la interminable despedida oratoria que se le tributó al fenecido líder de la revolución cubana en la Plaza de la Revolución. Da una idea de lo poco que significa esa Revolución para el mundo próspero y para el emergente, y de lo anacrónica que resulta la figura de Fidel para el mundo.
Compárese esto, por ejemplo, con lo que fueron los funerales de Tito en la Yugoslavia de 1980, cuando presidentes y monarcas de muchos lugares se hicieron presentes. Hoy pesa muy poco Cuba como país y, aun menos que Cuba, la Revolución. Es un epitafio cruel para quien pasó su vida tratando de ensanchar el perímetro geográfico y geopolítico de la isla, y el de su propia figura, y llegó a creerse el cuento de que Cuba estaba en el centro del mundo.
Mientras tanto, otras islas dedicaron el tiempo a abandonar la pobreza y hacerse poderosas económicamente, resignándose a que su rol en la política internacional fuese limitado. En ellas se vive hoy mucho mejor que en Cuba.
¿Cuál es el legado de Fidel? El político no puede ser más negro. La última elección democrática tuvo lugar en 1948 porque, desde que tumbó al dictador Batista, Castro convirtió a su país en un Estado policial mucho más prolongado y organizado del que derrotó en 1959. Las guerrillas que sembró en buena parte de América Latina dieron pie a dictaduras militares de extrema derecha a las que luego sucedieron las democracias hoy vigentes. Medio siglo después, los gobiernos admiradores de Castro han sido expulsados por la vía constitucional (Brasil) o derrotados en las urnas (Argentina), o sobreviven porque se han vuelto de extrema derecha (Nicaragua), o han tenido que anunciar su retirada (Ecuador, Bolivia), o se han hundido en el descrédito (Venezuela).
Pero más elocuente aún que todo eso, es el hecho de que en 2007, meses después de que Fidel dejara el poder para tratarse la diverticulitis, primero de forma interina y años más tarde definitiva, Raúl empezó a deshacer elementos esenciales del modelo de la Revolución. No fue muy lejos, y no renunció a la dictadura de partido único, pero la orientación de las reformas -la apertura migratoria, el “cuentapropismo”, la normalización diplomática con Estados Unidos sin esperar el levantamiento del embargo- tenía un tufo contrarrevolucionario.
Castro logró, a pesar de ello, que su Revolución durara casi medio siglo (él estuvo al mando durante 47 años). Su capacidad para organizar un Estado policial eficaz no está en duda. Cabe preguntarse si le hubiera sido posible sostenerse sin convertir al régimen antiimperialista en un satélite soviético durante décadas. Sin los 65 mil millones de dólares a los que, según el prestigioso economista Carmelo Mesa-Lago, ascendió el subsidio soviético durante 30 años, ¿habría sobrevivido Fidel? Y, pasado el “período especial” de los años 90 tras la caída del Muro de Berlín y el imperio comunista, ¿habría aguantado en pie sin los más de 10 mil millones de dólares anuales recibidos gracias al venezolano Hugo Chávez a través de un comercio y unas inversiones que eran dádivas encubiertas?
Ese es el legado político. ¿Cuál es el económico? Una isla que podría ser una potencia agrícola importa hoy más de 1.800 millones de dólares en alimentos porque no es capaz de producirlos; la zafra azucarera, en una de las otrora capitales mundiales del azúcar, ha pasado de ocho millones de toneladas a poco más de… ¡un millón! El grueso de la economía son servicios sociales que se hace costosísimo mantener porque cada vez hay más gente de la tercera edad y menos gente joven, y la poca actividad industrial representa hoy casi la mitad de la que había cuando cayó el Muro de Berlín. ¿Culpa del embargo? No: Cuba hubiera podido comerciar con los demás países del mundo y atraer muchos capitales originados allí si se lo hubiera propuesto en serio.
Mientras que Deng Xiaoping optó en 1978 por una revolución capitalista en China y sentó las bases para que su país se volviera la segunda economía del mundo, en la isla Fidel optó por la vía contraria; su país, que era la tercera economía de América Latina, pasó a ser una de las últimas.
Sí, algunas áreas, como la educación y la salud, recibieron mucho énfasis y por tanto exhiben algunos índices alentadores, pero Cuba ya estaba en 1959 entre los mejores del contexto latinoamericano. Además, no tiene sentido aislar esas áreas del conjunto de la economía porque, a fin de cuentas, el deterioro general no exonera a la educación y la salud. Por eso en tantos períodos los hospitales de Cuba han carecido de cosas elementales.
También es cierto que algunas zonas del interior del país, gracias a la redistribución, se vieron beneficiadas y por tanto “igualadas” a otras. Pero la mediocridad general lleva décadas empujando a la gente a desafiar a los tiburones del estrecho de La Florida a bordo de una balsa para tratar de alcanzar las costas de Miami.
La cuestión -la gran cuestión- que se plantean ahora tanto la Revolución como los demócratas cubanos y la población en general, tiene que ver, no con el pasado ni el legado, sino con el futuro.
Después de Fidel, ¿qué?
En principio, Raúl Castro dejará la jefatura del Estado en 2018 según su propio compromiso para entregar el mando a Miguel Díaz-Canel, un ingeniero eléctrico que fue de los pocos miembros del Politburó nacidos después del triunfo de la Revolución. Sin embargo, cuando en 2013 Raúl hizo el anuncio de que no se quedaría más de cinco años al mando del Estado y designó a Díaz-Canel como aparente sucesor, no aclaró si abandonaría también el mando del Partido Comunista y de las Fuerzas Armadas, los verdaderos poderes de Cuba. Todo hace prever que, en el futuro cercano y mientras la salud se lo permita, será el mismo Raúl quien ejercerá ese control.
Hasta allí, todo parece claro, salvo que una lucha de poder al interior del régimen, por ejemplo entre reformistas y antirreformistas, o entre facciones generacionales, o entre amigos y enemigos del plan de sucesión, lleve las cosas por un rumbo imprevisible. La edad de Raúl no permite augurarle muchos más años de ejercicio del poder real. Por tanto, todos los focos apuntan a la siguiente generación de los Castro y en particular a Alejandro, el hijo de Raúl que hoy tiene poder como coronel del Ministerio del Interior y responsable de la contrainteligencia.
La familia de Raúl está umbilicalmente ligada al poder no sólo desde el punto de vista político sino también económico. El yerno o ex yerno de Raúl, Luis Alberto Rodríguez (casado o divorciado de Débora, su hija, según se les crea a unos u a otros), está a la cabeza de Gaesa, el “holding” militar que maneja la mitad de la economía cubana. Luis Alberto no es otra cosa que un instrumento de Raúl, al que rinde cuentas personalmente sin escala en instancia alguna.
Todas las fuentes significativas de divisas de Cuba pasan por ese organismo, que controla más de 50 empresas pertenecientes a las Fuerzas Armadas.
Gaesa es el “partner” con el que los capitales extranjeros tienen que asociarse si quieren invertir en turismo, venta minorista, infraestructura, propiedad inmobiliaria, etc. El diseño, personalmente ordenado por Raúl, viejo admirador de los modelos de China y Vietnam, responde a la necesidad de permitir que haya capitalismo en Cuba, pero en alianza con el partido único y, muy específicamente, con los Castro. Por eso es que no resulta realista pensar que Raúl se retirará en 2018 del mando real aun si se retira de la jefatura formal del Estado.
La capacidad de cualquier dictadura para sostenerse en el tiempo más allá de la vida de sus responsables no depende de quienes detentan el poder. Muchos factores que escapan a su control entran en juego. No es seguro que se pueda establecer una dinastía de los Castro o que, a la muerte de Raúl, sus hijos y los hijos de Fidel -que tuvo muchos, con distintas madres- estén en condiciones de hacerse con el poder. Pero lo que sí es seguro es que, a menos que se produzca una fractura o que el régimen se derrumbe, esa familia va a seguir teniendo una gravitación aplastante mientras no se produzca una transición política.
La otra transición, la económica, continuará con Raúl y, de acuerdo con su diseño, con quien venga después. Una transición lenta, limitada, con claro dominio por parte del estamento militar, pero de orientación capitalista. Hay ahora unas 200 actividades privadas permitidas y, gracias al “cuentapropismo”, es decir los pequeños negocios, un millón de personas realiza labores en beneficio propio en lugar de trabajar para el Estado. Este desahogo ha dado algo de oxígeno al gobierno, pero está lejos de ser suficiente para impulsar la economía de la isla.
La esperanza de Raúl y los suyos era que el capitalismo estadounidense, junto con el de otros países, rescatara a la Revolución. Pero la llegada de Trump al poder en Estados Unidos ha complicado los planes porque el presidente electo ha anunciado que modificará los términos de la normalización diplomática con Estados Unidos si La Habana no hace concesiones políticas. Aunque hay en el sector republicano y entre los empresarios estadounidenses crecientes voces a favor de levantar el embargo, lo cierto es que esa decisión pasa por el Congreso, donde la representación renovada el pasado mes de noviembre cuenta con detractores frontales de Cuba. El senador Marco Rubio, por ejemplo, jugará un papel importante en las relaciones exteriores a través de la comisión que se ocupa de esta área. Ni con un presidente demócrata ni con uno republicano es previsible, en el futuro inmediato, un levantamiento del embargo.
Aun así, Obama ha logrado, mediante órdenes ejecutivas, relajar en parte las restricciones. Gracias a ello, algunas líneas aéreas, como American o JetBlue, han iniciado vuelos regulares desde Nueva York y algunas empresas tecnológicas han iniciado el proceso para ofrecer servicios (también General Electric está en tratos). Si esta marea se interrumpe, Castro lo tendrá muy difícil para lograr que el capitalismo estadounidense lo rescate en el corto plazo. Si no se interrumpe, es improbable que se intensifique, lo que implicará una marcha económica a medio motor. Ello, en el contexto de una Venezuela que cada vez tiene más problemas para seguir sosteniendo con su subsidio a la isla.
Lo que deja Fidel es una Cuba con muchas más preguntas que respuestas.
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