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domingo, 30 de agosto de 2015

han pasado 30 años desde el 21060, el famoso DS que cambió la historia de Bolivia. el 21060 en realidad un conjunto de 30 o más otros decretos, frenó "la caída al vacío de Bolivia" y recompuso la economía que había tocado fondo una hiperinflación jamás alcanzada por ningún otro estado. Carlos Mesa historiador y estadista, nos explica el real significado del 21060 que algún masista pretende negar y el rol inefable de Victor Paz Estenssoro el más grande presidiente boliviano.

El 29 de agosto de 1985, hace ya 30 años, Víctor Paz Esten- ssoro hizo historia otra vez. Aprobó uno de los decretos más célebres de toda la vida del país. 21060 es ya una cifra cabalística para Bolivia y representa una etapa crucial del siglo XX. “¿Doctor. El 21060 es coyuntural?”, preguntó un periodista al Presidente. Paz respondió: “Si Usted considera que 20 años es una coyuntura, entonces es coyuntural”.
En realidad el 21060 es una combinación entre la simbolización de una filosofía económica que cerraba una tendencia económica de capitalismo de Estado que había naufragado en medio del drama en el Gobierno de la UDP, y una respuesta concreta y radical al más grande descalabro económico de nuestra historia republicana.
Los puntos más importantes del recordado decreto fueron: 1. Reducción del déficit fiscal (en 1984 había llegado a la increíble cifra de -19,90%), que se logró con el congelamiento de salarios, reducción de gastos estatales y el aumento de los hidrocarburos (YPFB entregaba directamente alrededor del 54% de sus ingresos al TGN). 2. Un cambio real y flexible de la moneda con la creación del boliviano y el “bolsín” regulado por el Banco Central con base en la oferta y demanda del mercado. 3. Libre contratación y reducción de la burocracia con el eufemismo de la “relocalización”. 4. Liberalización del mercado, libertad de precios y un arancel único de importaciones. 5. Política de fomento a las exportaciones. 6. Una radical reforma tributaria con la novedad del Impuesto al Valor Agregado (IVA) y el paso de tres centenares de impuestos a sólo siete.
La mirada de hoy, en la lógica de quienes reinventan la historia y pretenden que la medida fue la expresión más elocuente de la execrable ruta a la “noche negra del neoliberalismo”, subraya el altísimo costo social que implicó su aplicación traducida en despidos masivos, congelamiento de salarios, incremento de la pobreza y destrucción de los derechos fundamentales de los trabajadores a través de la libre contratación. Realidad que no se puede negar.
Pero el primer olvido intencionado es que la decisión se tomó para revertir la espiral incontenible de la hiperinflación que es –algo que nadie discute en el mundo-- el factor más grave de empobrecimiento brutal de una sociedad, a través de la pérdida radical del poder adquisitivo de los salarios, desabastecimiento, ocultamiento y especulación. Amén de la destrucción del aparato productivo del país y el colapso de global de la economía. Esa realidad hace imposible seguir adelante sin la aplicación radical de medidas de ajuste estructural apoyadas en una reforma monetaria con todas sus consecuencias inherentes.
El segundo olvido intencionado es que el 21060 no fue el origen de la destrucción de Comibol. Coincidió –por si fueran pocos los males que se habían cernido sobre el país-- con el colapso de los precios del estaño y de los principales minerales que exportaba Bolivia, al punto de dejar de cotizarse en el mercado londinense. Eso ocurrió en octubre de 1985, apenas un mes después de la implementación del 21060. Pocos recuerdan que su texto no contemplaba el desmantelamiento de la empresa estatal de la minería, por el contrario, establecía su descentralización para intentar un proceso de salvataje de una empresa completamente desfondada por su altísima deuda y la caída vertical de su productividad. Lo que ocurrió luego tuvo que ver con ese hecho que hacía imposible continuar con Comibol sin que su colapso arrastrase al abismo al Estado en su conjunto.  
El tercer olvido intencionado son sus logros. En 1985 la inflación llegó al 8.767%. En 1989, último año de Gobierno de Paz, había caído al 16%. De un cambio de 1.149.354 pesos por dólar en agosto de 1985 se pasó a 2,81 bolivianos por dólar en 1989. El crecimiento del PIB pasó de un negativo de -0,2% en 1985 a un positivo de 2,5% en 1989. El déficit fiscal pasó de -10% en 1985 a -3% en 1989. En menos de un año la hiperinflación había sido derrotada.
En la parte conceptual, es evidente que el decreto marcó el inició de una importante liberalización de la economía. “No porque sea una decisión del Gobierno que presido, sino porque es una tendencia del mundo” dijo el Presidente. Eran los años del neoliberalismo conducidos por dos figuras dominantes, Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En Bolivia fue un periodo que se prolongó entre 1985 y 2003 y que marcó de modo significativo nuestra democracia. Pero en esos años, además de la visión neoliberal, se hicieron reformas que incorporaron logros de avanzada tan importantes como la Participación Popular, la Ley INRA, la Reforma Educativa y la primera gran transferencia al pueblo a través de un bono, el célebre Bonosol.
“Bolivia se nos muere” dijo Paz Estenssoro. El 21060 evitó el colapso del país. Sus autores más destacados fueron entre otros: Gonzalo Sánchez de Lozada, Juan Cariaga y Fernando Romero.  
El autor fue Presidente de la República
http://carlosdmesa.com/

viernes, 28 de agosto de 2015

después de varias ausencias retoma Susana Seleme con la profundidad de su estilo literario, el tema de la historia política encarnada en la obra de Amalia Decker, lo hace con filial devoción de apego al hecho que bien conocer porque Susana protagonista de un momento político importante aún vibra con la emoción de lo pasado.



El deber de la memoria

Susana Seleme Antelo




Inmerso en el tejido social diverso y complejo de la sociedad boliviana del último tercio del siglo XX, narrado en primera persona por Camila, la curiosa protagonista ya desde el siglo XXI, “Mamá, cuéntame otra vez”, es un libro amable.

Esta última novela de Amalia Decker es, además, una lección de historia narrada con amor, sabor, dolor y muchas horas de escarbar documentos, datos y sobre todo recuerdos que maldormían en las mentes de otras protagonistas de ficción, pero de anclaje real.

¿ Es “Mamá, cuéntame otra vez” una novela histórica? Puede decirse que sí, porque desde la ficción ha plasmado verdades subjetivas, que revelan las escondidas verdades objetivas de los hechos, incluidos los letales equívocos. Es una historia que marcó el devenir sociopolítico de la entonces República de Bolivia y muchos países de la región: la lucha armada.

Y es, también un libro de amor: amor materno, filial, paterno, amor de amar sin concesiones y amor erótico, también amor solidario y amor político a rajatabla. Con suspensos y rupturas del tiempo lineal en distintos escenarios y en distintas épocas, siempre con talante femenino, “Mamá: cuéntame otra vez”, desgrana confesiones, a la vez amorosas y entrañables, frente a otras desgarradoras y horribles.

En el transcurso de dos generaciones, Amalia cruza y entrecruza esas confesiones, como “pesados bultos que cargamos”, dice, surgidos al calor de la Revolución Cubana y su incursión-expansión en Bolivia.

Leyendo a Amalia, volví a ver “las entrañas de una generación”, como la califica ella. Miré ese pasado tan cercano, a pesar del tiempo y de la vida y , una vez más, me confronté a las dos caras de la naturaleza humana, con su canalla a cuestas y, al mismo tiempo, a sentimientos y a ideales superiores. “Mamá: cuéntame otra vez”, desnuda esas dos caras, sin piedad, la una; con amor la otra.

Me dejó el sabor de un “déja vu”, urdido desde el Caribe con las tácticas y las estrategias para la lucha armada; desde Europa, donde tejíamos los hilos de la retaguardia que nunca pudo ser, y desde Bolivia, donde se gestaba la guerrilla de Inti, que tampoco nunca fue, pues murió asesinado, aunque hubo otra: Teoponte.

Esta novela me ha confrontado, además, a la condición humana, como acción comunicativa, sin la cual no es posible la vida política, siguiendo a Hannah Arendt. Es decir el diálogo con los “otros”, “la otredad” de la que habían hablado Antonio Machado y Octavio Paz, que recibió el Premio Nobel hace 25 años.

Lo que se vivió en la época que narra Amalia en clave de ficcion histórica, la pasada y la actual, es eminentemente política. Y aquí me permito una aclaración necesaria: yo soy producto de la Revolución Cubana, como mucha juventud de los años 60 y 70 que nos enamoramos no tanto de los barbudos que bajaron de la Sierra Maestra, ni del Che, sino de las ideas de justicia y libertad que encarnaba toda revolución, como hazaña de la historia.

En aquellos años, junto a la Revolución Cubana, la historia rugía con la guerra en Vietnam, rugían las luchas anticoloniales en África, contra el imperialismo, al que odiábamos con frenesí, como a las dictaduras en Centro y Sud América. Y rugía la batalla por la liberación de la mujer y el feminismo como posición política, más allá de las diferencias; rugía el descubrimiento liberador de la píldora anticonceptiva, la redentora minifalda, los revolucionarios Beatles, y también rugía la rebelión de mayo del 68, con sus barricadas y puño izquierdo en alto, contra la dominacSita, ado califica e que dice no es polituca, ión burguesa adormecida e impávida, por citar algunas de las ideas e ideales que asumimos y defendimos como únicas.



Al ser únicas, eran acríticas y sin derecho a réplica, pese a que leíamos y releíamos las leyes de la dialéctica, expresada en la aun no superada frase de Carlos Marx, en la “Contribución a la crítica de la economía política”: “lo concreto es concreto porque es síntesis de múltiples determinaciones, unidad de lo diverso”.

Queríamos igualdad y libertad. Queríamos “tomar el cielo por asalto”, como los “comuneros” de Paris, y estudiábamos marxismo-leninismo con ahínco, como la herramienta explicativa para ‘cambiar el mundo’. No pensábamos que al desechar las múltiples determinaciones de la diversidad y la acción comunicativa, estábamos incubando nuestra propia derrota, porque la violencia y su justificación constituían su limitación política, intelectual, social y ética.

Entre otras razones, por eso la historia nos pasó por encima con su secuela de muertos tan queridos en vida. Como Maya, a quien recuerdo como “la andina y dulce Rita de junco y capulí” de César Vallejo, que leíamos entre Berlín Occidental, donde yo vivía en la época de la Alemania divida, y Leipzig, del otro lado del muro, donde ella empezó a estudiar etnología. Por ser extranjeras, cruzábamos muro, sin más tropiezos que la espeluznante maquinaria estalinista en el Checkpoint Charlie, que separaba los dos Berlines. Rita-Maya no dejó de ser poeta y artista, con dejos venezolanos, desde donde había llegado. Siempre amante-amada, fue en su Cochabamba natal, donde prefirió morir de un tiro, ya convertida en guerrillera herida, antes que caer en manos del enemigo. Era la consigna y la cumplió. Amalia recuerda esos hechos con estremecedora fidelidad.

Y al final, no hubo revolución, ni igualdad, ni libertad y la clase obrera no fue vanguardia de nada ni de nadie. Queda una sensación de equívocos, entre otras realidades y la obligación ética de volver a esa historia pasada con mirada crítica, pero nunca desamorada. Así lo hace Amalia, por eso digo que “Mamá: cuéntame otra vez”, es una novela amable, que cuenta las rebeldías, las angustias, las pasiones y los errores de la generación anterior a la democracia, que años más tarde también contribuyó a recuperar.

Y es un deber de la memoria, deber que Amalia cumple en su novela, recordar a los muertos y a los vivos de esos tiempos. Los últimos, como los sobrevivientes de la derrota personal y colectiva, algunos lúcidos para reconocer errores. Y también denunciar la persecución feroz y las torturas de las que fueron víctimas quienes militaban en la izquierda, en los partidos comunistas, las guerrillas y sus tantos afines.

La comprensión de ese pasado significa examinar las sombras y las luces que lo sustentan, como un ejercicio político para impedir que nos deshereden de ese pasado. Fue, existió, estuvimos ahí y aquí estamos, sin más armas que la memoria, con las mismas ubérrimas ganas de libertad e igualdad, hoy en democracia, aunque ande coja. Desconocer o borrar la historia de ese tiempo y de otros, es atentar contra nuestra condición política, como vocación permanente. Condición propia de quienes vivimos en sociedades organizadas, cuyo sentido no es otro que la acción comunicativa de la que hablaba Hannah Arendt.

Y hago una explicación a mi referencia tan común ella. Fue en mi criterio, una de las más brillantes filósofas y teórica política del siglo XX, pues tuvo la valentía de poner al mismo nivel a los dos totalitarismos del siglo pasado, el estalinista y el nazista. Además desnudó el carácter violento de las revoluciones, pues el deseo de liberar no coincide con la libertad. Aquella que implica la interacción entre los diversos, con o sin partidos, que nunca dejará de ser una condición-acción política contra la tiranía de cualquier pelaje, la que oprime y reprime el pensamiento crítico, los derechos humanos y civiles.

Es un deber recordar y masticar la memoria de todos los pasados, aquellos desde donde venimos, y a través de los cuales se tejieron los complejos hilos de la historia, la memoria y la democracia en Bolivia, que contribuimos a forjar, hoy maltratadas por la soberbia autoritaria.



Como yo, como mucha otra gente de esa generación, pasó de la “lucha armada” a la “lucha por la democracia” gracias al Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) que se dio cuenta, mucho antes que otros, aunque pocos lo reconozcan, que el camino de la verdadera revolución era la lucha por recuperar la democracia. La concebimos no solo como método para ir a votar cada cierto tiempo, sino como condición social en libertad e igualdad sin exclusiones.

Aparte de las historias contadas en “Mamá: cuéntame otra vez”, hay otras nunca contadas. Eran parte de la compartimentación, que a mucha gente nos salvó la vida aquí y en otras latitudes. Eso explica en parte ‘los silencios’ que Amalia dio luz en su novela. Y los cuenta con recursos literarios, como matizar el suspenso de las confesiones, con recetas de cocina hechas en un santiamén y además ricas, que dan un alivio la tensión narrativa.

Sus platos me gustaron tanto, como sus paseos por La Paz o por Paris. Pero ¡cómo me emocionaron los diálogos en la forma y en el contenido tan fielmente cubanos, y los paseos de la protagonista y sus amigas por La Habana! ¡Qué ciudad, esa ciudad! Viva o cubierta por el velo de la nostalgia, o por el derrumbe del paso del tiempo, es una de mis múltiples identidades: las del alma, la mente y el intelecto, el cuerpo y los sentidos.

Querida Amalia, amigos-amigas, los personaje ficticios de “Mamá: cuéntame otra vez”, fueron reales. De ahí que esta novela, es nomás una lección de historia novelada. Desde adentro y hoy desde afuera, confieso que nada me pesa. Ni siquiera los silencios, guardados durante tantos años, que solo hace unos días nos “contamos” Amalia y yo, tantos años después. Y por eso me solacé con su novela, a pesar del duelo, que ya es parte de nuestras vidas, duelo que no impide nuestra realización feliz, en la medida de lo posible, y porque tiene tareas pendientes: la causa de la libertad en un Estado democrático como afirmación irremplazable.

Y como sigue habiendo “mucho que defender”, según decía Octavio Paz, el libro de Amalia, es un buen ejercicio político para defender esa parte de la historia de Bolivia, que buscó la liberación de la opresión vía la lucha armada. No era ese el camino, pero no lo sabíamos, entonces. Lo sabemos hoy, porque ni la violencia ni el ‘cambio per se’, pueden dar origen a un nuevo orden donde se respeten las libertades humanas básicas. Un orden donde no nos obliguen a la distinción entre ‘violencia progresista y violencia represiva’ como si no fueran la misma canalla, o entre ‘libertades capitalistas y libertades socialistas’.

Las mujeres de “Mamá: cuéntame otra vez” lo tienen muy claro. Los hombres también.

Gracias Amalia por el esfuerzo que coronan las 485 páginas de “Mamá: cuéntame otra vez. Una amable novela, en la que el amor emana de todas sus páginas.

Gracias Amalia por preservar el deber de la memoria.


Santa Cruz, 27 de agosto de 2015






jueves, 20 de agosto de 2015


la historia del Che y el General Prado Salmón está siendo contada por Fernando Prado, con pleno conocimiento de causa y cuando Gary Prado es víctima de la insanía de García Linera, que habiéndolo declarado "enemigo de EMA" está utilizando toda la fuerza del Estado, para mantener detenido, por quinto año consecutivo al preclaro militar cochabambino. lo que revela Fernando es realmente notable!

Una mala lectura de la historia hace que mucha gente juzgue al Gral. Prado por la detención del Che Guevara. Primero es necesario ponerse en el contexto histórico; en ese entonces el Gral. Prado era Capitán del ejército boliviano y le tocó participar en la campaña militar contra la guerrilla, aquí es necesario aclarar que en la misma participaban varios ciudadanos extranjeros, hago está acotación de orden legal, para entender el contexto, la validez o no de la ideologización del tema, el internacionalismo proletario, la lucha por la libertad no tiene fronteras, y otras frases que se suelen utilizar, son exclusivamente de carácter ideológico, no legal; como parte del ejército recibía órdenes, no participó a nivel personal.
El Che en su carta antes de morir deja muy claro que sabía lo que se metía, es más le daba la bienvenida a la muerte, sabía muy bien que lo que iban a realizar era un acto subversivo, contra un gobierno y las leyes de nuestro país, sobre el tema podemos ahondar mucho sobre las razones que traen al Che a Bolivia, me he leído varios textos de cubanos que han realizado estudios de la campaña militar del Che en Bolivia, han seguido su ruta han hablado con la gente que lo conoció han caminado. han dormido, por los lugares que él estuvo, y casi todos coinciden que no el mismo Guevara de la Sierra Maestra, cometió errores militares que según sus escritos no debían cometerse, era un hombre enfermo muy irascible, en más de una oportunidad se la agarró con los mulos que tenían y los agarraba a patadas totalmente desencajado, etc.
Esto lo supieron siempre los cubanos, es más hay algunos que dicen que Fidel pudo haber enviado un grupo para rescatar al Che y no lo hizo; pero volviendo al tema del Gral. Prado, los cubanos no le tenían mayo antipatía entendían lo que había pasado, es más el Gral les hizo llegar el reloj que el Che le había entregado, gesto que estos agradecieron mucho en su momento; entonces ¿cuál fue el verdadero pecado que los cubanos no le perdonan?, en realidad son dos, el primero que en su libro sobre la guerrilla en Bolivia, el Gral. Prado afirma lo que reza el título, “La Guerrilla inmolada”, tesis que sostiene varios historiadores cubanos afines al gobierno cubano, pero no lo afirman claramente como lo hace el Gral. Prado; el otro motivo fue cuando sale la noticia de que los restos del Che se encontraban en Vallegrande, el Gral. Prado se negó a confirmar el hecho, yo supongo por dos razones, nunca he hablado con él del tema, la primera porque él no fue parte de ese hecho estaba cumpliendo todavía otras funciones, hay bastante literatura al respecto, y segundo si es que sabía algo no lo hubiera contado, porque más allá del revuelo internacional de la noticia, él como militar de honor, jamás develaría un secreto de estado.
Estos son los dos hechos que los cubanos y algunos izquierdistas no le van a perdonar jamás, claro existen otros más ignorantes que lo acusan de su muerte, es conocido por la prensa internacional cuando un periodista lo agredió en su silla de ruedas y le hecho cobardemente una copa de vino gritándole que era el asesino del Che, comentario que he escuchado a varios funcionarios de alto y mediano rango de este gobierno así como también a muchos adláteres, que hablan sobre lo que han escuchado sin conocer la historia y menos haber leído algún libro sobre el hecho.
Pero cuando se habla del Gral. Prado es justo también hablar de ese militar institucionalista que muchas veces arriesgo su carrera y su vida, para que los bolivianos recuperemos la democracia de la que hoy muchos se jactan y hacen un mal uso de ella. Esta es la razón porque hoy se encuentra en silla de ruedas.
Personalmente nunca he sido muy amigo ni de los curas ni de los militares, pero creo firmemente, que se debe reconocer el honor a quien merece honor, y así como muchas veces hemos denunciado a los asesinos del Padre Luis Espinal y hemos peleado porque se haga justicia, también ahora debo decir a este valiente General de la República, adelante mi General tarde o temprano se hará justicia y la historia lo reconocerá como el hombro de honor que es.
Fuerza tío Gary, no estás solo…