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domingo, 20 de octubre de 2013

desde la perspectiva histórica J.M.Backovic ejemplo de dignidad, de profesional capaz, de administrador intachable. Carlos Mesa ofrece su testimonio personal como amigo y como ex-presidente de Bolivia

Bakovic es una víctima más de una larga lista en un camino de judicialización de la política cuya perversidad mayor es mezclar intencionalmente a justos con pecadores, cuya terrible realidad es la confusa línea entre las investigaciones necesarias y las venganzas personales
La muerte de José María Bakovic ha conmovido al país porque muestra la cara descarnada de un poder desmesurado que no repara que su primera obligación, la más importante de todas, es garantizar la vida de los bolivianos como valor sagrado.
Conocí a José María desde muy niño, pues su familia estaba muy vinculada con la nuestra por el ancestro común de su origen español –en su caso por la vía materna–, embarcadas ambas en la aventura de la migración de quienes desde la desesperanza de la pobreza buscaron en la América de principios de siglo un horizonte mejor. Bolivia se convirtió para ellos en la patria escogida y en la patria adoptada, la que las generaciones que seguimos sentimos como profundamente nuestra, como parte esencial de nuestra vida.
Profesional de incuestionable idoneidad, trabajó muchos años en la Empresa Nacional de Electricidad y por sus méritos fue contratado por el Banco Mundial donde logró una experiencia invalorable en misiones desarrolladas en varios países de América Latina.
Cuando en 2001, a tiempo de jubilarse y volver a Bolivia, aceptó ser parte de una terna propuesta por el Parlamento para ocupar el cargo de director del Servicio Nacional de Caminos, y tras ser nombrado por el presidente Jorge Quiroga, no podía adivinar que el costo de servir a su país, devolviendo lo mucho que de él había recibido, iba a convertirse en una pesadilla que acabaría literalmente con su vida.
En mi gestión presidencial, José María, el amigo y el servidor público, ratificó la combinación extraordinaria de calidad humana y profesional que le había conocido tantos años antes. Gracias a su trabajo y el de su equipo –aquel que dentro del SNC realmente lo respaldaba– pudimos hacer en algo menos de dos años varias obras. Terminamos trabajos de gestiones anteriores: El puente Yata I (Santa Rosa-Riberalta); el tramo Oruro-Toledo; parte de la ruta Oruro-Pisiga; San Javier-Concepción; Tarapaya-Ventilla (que culminó el asfalto de la carretera La Paz-Sucre); Abapó-Camiri (que culminó la ruta Santa Cruz-Yacuiba); La Mamora-km 19 (que culminó la ruta Tarija-Bermejo) y Cuchu Ingenio-Bella Vista en Potosí. Iniciamos obras de importante magnitud: La carretera Potosí-Tarija y el asfaltado Cotapata-Santa Bárbara. Firmamos contratos cruciales en el plan vial nacional: Puente Pailas (el más grande del país); Roboré-El Carmen y el Carmen-Arroyo Concepción (carretera Santa Cruz-Puerto Suárez). Además adjudicamos la construcción de Palo-Marcado-Hito BR94 (ruta al Paraguay).
Pero la obra “estrella” de nuestra gestión fue la construcción del puente Gumucio de 1,3 km, que había sido destruido por una riada interrumpiendo la principal carretera del país (Cochabamba-Santa Cruz). En una modalidad de “llave en mano” y a marchas forzadas, entregamos el viaducto en algo menos de siete meses.
Bakovic me mantenía siempre al tanto de los avances de obra, sugería acciones para resolver problemas, explicaba las dificultades técnicas, trabajaba con un entusiasmo contagiante y entendía los apremios que algunas proyectos demandaban para nosotros una especial atención por razones políticas.
Su vida como profesional asalariado, como pequeño empresario agropecuario, como funcionario internacional y como servidor público, fue siempre intachable. Nadie que lo haya conocido ha sugerido nunca observación alguna sobre su honestidad. Su calidad humana fue un atributo que acompañaba con sencillez de trato. Su patrimonio personal es la prueba mayor de esa verdad incontrastable.
Fue a ese servidor público al que el actual Gobierno acusó y persiguió sin tregua, a quien ahogaron literalmente en juicios que buscaron varias cosas: destruir su limitado patrimonio económico, destruir su libertad, destruir su fortaleza psicológica y destruir su dignidad. Acabaron destruyendo su vida.
José María Bakovic es una víctima más de una larga lista en un camino de judicialización de la política cuya perversidad mayor es mezclar intencionalmente a justos con pecadores, cuya terrible realidad es la confusa línea entre las investigaciones necesarias y las venganzas personales disfrazadas de lucha contra la corrupción. Su mecanismo de acción es un control evidente del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes del Estado.
Quienes obligaron a Bakovic a ir a La Paz a declarar en uno de sus innumerables juicios, no pueden eludir la responsabilidad de su muerte. Un sistema que lleva sin pestañear a una persona a la muerte (recuérdese el caso de Guillermo Fortún), vulnera no sólo derechos humanos importantes (el del debido proceso) sino el más sagrado de todos, el derecho a la vida.
Doy fe de mi amistad, respeto y admiración por un hombre de bien quien –lo digo con dolor– cometió el error de destinar los últimos años de su vida a servir a su país. Lo que sí, José María se llevó intacta su dignidad para siempre. No es un consuelo para tal tragedia, pero sí un testimonio de los valores esenciales de un hombre.

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