No solo Carlos Valverde se adelantó a demostrar que este caso no era lo que se decía desde el gobierno ni era lo que se aclaraba desde ciertos círculos sociales, pero que indudablemente contenía una verdad: todo fue una burda tramoya manejada desde los más altos niveles del gobierno, con el propósito de involucrar a los cruceños y sus instituciones en una supuesta estrategia separatista.
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El caso Rozas ha servido al propósito de acabar con la resistencia a la implementación de un modelo social regido por un extraño socialismo mezclado con ingredientes de toda clase desde los indigenistas hasta los delincuenciales como el narcotráfico.
El manejo mediático que se hizo de él, logró el propósito de anestesiar la conciencia ciudadana e inyectarle miedo. Cuando todos levantaron las manos en señal de rendición, entonces la maquinaria de la conveniencia mercantilista se convirtió en la nueva correa de transmisión para la sobrevivencia, que significa: yo te dejo vivir tú me dejas hacer. Por supuesto, precedido todo de una fiera persecución física y judicial que obligó al exilio de muchos dirigentes ahora calificados como prófugos de la justicia.
Y es de la justicia de lo que debemos hablar. Esa misma que cambia de apellidos pero que mantiene incólume sus prácticas y conducta. La justicia de ayer y la de hoy son la misma cosa. El voto ficto al que se obligó a la ciudadanía no sirvió para nada. Y tanto como ayer, ahora, se conoce la verdad que emerge por caminos impensados. No es la conducta de algún funcionario que administra la justicia lo que comenzó a mostrar la verdad, sino el desmoronamiento de la propia maquinaria de extorsión y corrupción manufacturadas lo que hace que la verdad emerja.
Todo ese andamiaje construido por la jerarquía oficial del Palacio de Gobierno, fundamentado en la máxima de que no importan los medios para conseguir el fin, se carcome asimismo y los que sirvieron para delinquir en nombre de la justicia, cometen asesinatos y extorsionan en su nombre.
La verdad es entonces el resultado de la propia podredumbre creada por hombres que se apropian del Poder con fines oscuros. Ya nada puede evitar el olor nauseabundo que sale desde la oficina más alta del Palacio de Gobierno.
Y es entonces cuando tenemos que reaccionar, cuando tenemos que terminar con la impostura de quienes enfundados en su prepotencia, creen, que pueden destrozar vidas y haciendas para conservar el poder sin importar los costos sociales.
En medio de este cuadro pintado de azul y negro se tejen elecciones presidenciales como si nada hubiera sucedido. Y antes que develar sus actos delincuenciales se ponen a predicar sobre supuestos éxitos económicos, dejando caer un telón que tape la desvergüenza que los envuelve.
¡La economía está mejor que nunca!, ¿qué importa la moral ni los principios?, si se ha encarcelado, exiliado, extorsionado, asesinado y corrompido es lo de menos, es lo que no cuenta, es lo que debe callarse. Y la complicidad de unos cuantos se convierte en la complacencia de muchos.
El tema del momento es la reelección. El tema del momento debía ser la corrupción. La reelección habrá de anestesiar conciencias y será una reelección embadurnada de corrupción. Por tanto hay que decantar las cosas antes de iniciar otras. La dirigencia cruceña tiene el deber y la obligación de realizar las acciones correspondientes para que el pueblo conozca toda la verdad y exija el retorno de quienes están perseguidos a causa del montaje judicial de extorsión y crimen que se ha producido.
Sólo la extrema cobardía puede soportar que un fiscal como Soza siga en su empeño de acusar y urdir pruebas, fiscal que no actúa por sí mismo sino por mandato superior, y esto es lo que se tiene que parar con urgencia, esos mandatos que sostienen, mantienen y financian el crimen organizado desde las propias esferas gubernamentales.
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