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viernes, 6 de enero de 2017

"los ponchos rojos" bien pueden ser "los de la Mazorca" del colectivo argentino inmortalizada por Mármol y que W.Estremadoiro menciona hoy de pasada y que nosotros habíamos anota hace mucho.

Previus: Cuando Estremadoiro se refiere de pasada a "la Mazorca" en su versión de "los movimientos sociales" de Evo y el MAS, nos recuerda lo que escribiera hace tiempo Marcelo Ostria con todo acierto ya en 2012, o nuestras variadas referencias a La Mazorca del tirano Rosas en Argentina comparándolos con los Ponchos Rojos, dados a la vorágine y la violencia, que sin embargo fueron derrotados en La Calancha por aguerridos jóvenes chuquisaqueños que les hicieron poner pies en polvorosa y huir del escenario sucrense del cual los Ponchos...creyeron haberse adueñado, episodio que bien recuerda Eurodoro Galindo Jr., en su histórico "el legado maldito", por ello y para continuar nuestras referencias y comparaciones, empezamos por reproducir este jugoso texto:

En 1835, el general argentino Juan Manuel de Rosas fue investido con la suma del poder político que le fuera otorgado por la legislatura. Esto incluía la facultad irrestricta de ejercer los tres poderes del Estado –según se dijo– para “conservar, defender y proteger la religión católica” y para “sostener la causa nacional de la federación”. Lo curioso es que ese poder fue ratificado en comicios populares, con 9.713 votos a favor y siete en contra, consolidando en el mando de la nación al que iba a ser uno de los tiranos más temidos en Hispanoamérica, hasta su caída en, 1852.
La suma del poder político, que se concentra en una persona, aún está vigente. Con frecuencia esto se esconde tras circunstanciales mayorías y con leyes que consagran esta anomalía de la democracia. Desde Rosas en Argentina y Melgarejo en Bolivia, los tiempos han cambiado, pero no los métodos. Se sigue justificando la suma del poder–hay que repetirlo– por un supuesto consenso ciudadano que acepta el sometimiento del pueblo a la voluntad caprichosa del caudillo. Y así, nace otra figura execrable: la del culto a la personalidad, la del ‘jefe’, atribuyéndole todas las virtudes y justificando todos sus yerros.
Pero muchos somos impenitentes optimistas y audaces en el empeño de que vuelva la sensatez. Creemos que, pasadas las fiestas de fin de año, que siempre despiertan esperanzas, llega el tiempo propicio para la reflexión y para actuar con realismo. Los buenos deseos que compartimos requieren, para que se cumplan, de condiciones favorables y de un propósito de enmienda.
Que se produzca esa rectificación depende de la conducta que sigan en adelante los que ahora tienen en sus manos ese amplio poder de decisión, es decir, una renovada suma del poder político a través de una sólida mayoría oficial en el Parlamento, de la paulatina captura de las gobernaciones, del predominio abrumador en los organismos de control público, de la subordinación total de los organismos armados y, finalmente, de una peculiar administración de justicia recién conformada. Estos son los elementos de esa suma del poder.
Habrá que tomar conciencia de lo errada que es la justificación de que el mando político irrestricto es indispensable para transformar las estructuras del Estado; que, sin el poder omnímodo, correría riesgos el manido ‘proceso de cambio’ para llevar adelante una curiosa revolución llamada cultural; que la torpeza y arbitrariedad son parte de un plan de ‘descolonización’ que, en realidad, solo nos está aislando de la sociedad internacional que –quiérase o no– está globalizada; que todo esto nos está llevando a tomar partido en favor de dictaduras teocráticas, como la de los ayatolás iraníes, y de las otras que están urdiendo eternizarse en el poder, y que ya han conseguido, como Hugo Chávez, esa ominosa suma del poder que se empeña en reditar.
No son muchas las medidas para devolver la sensatez y la confianza: el abandono de la soberbia que se manifiesta en la imposición y dejar la creencia de que quienes señalan errores y proponen caminos políticos distintos son enemigos del pueblo. Es más: hay que aceptar que el poder eterno es una quimera y que “la alternancia fecunda el suelo de la democracia”, ya que esta –la democracia– “es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, excepto todos los demás” (Winston L. S. Churchill).
Si se comprendiera parte de lo que se requiere para asegurar a libertad, no habría más ‘iluminados’ y el futuro sería prometedor.
Pero, ¿no será todo esto pedir peras al olmo?

* Abogado y diplomático

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