El pobre chico venido de los amores anormales de un tipo ya maduro y una menor de edad, hijo del dicho presidente, ha pasado de un estado más o menos normal al de brucolaco, que en la tradición griega es un ser que vaga entre la vida y la muerte, amén de otras características, a cuál más dramática, incluyendo el vampirismo. No sabemos detalles, solo que a costa de él, muy seguro a su pesar, se han tejido historias de zombies, de muertos vivos, Made in Bolivia, donde la seducción de Evo Morales, junto a una enrevesada tramoya de millones, nos ha convertido en los hazmerreíres del siglo XXI.
Alrededor de las partes pudendas –y nefandas- del líder supremo, se agolparon en forma de falda, según retrataba un hábil caricaturista, una horda de alcahuetes con ánimo de fiscales, ministros, diputados, o, ya que se caracteriza el régimen plurinacional por su “respeto” a las mujeres: fiscalas, ministras, diputadas, mariscalas, generalas y etcéteras... también etcéteros, seamos justos. En el bodrio carnavalero no caben ya géneros porque de acuerdo a las malas lenguas existe en la Bolivia “socialista” un coito ininterrumpido y, llamémoslo, ambiguo, que haría envidiar a las suecas y a Calígula, tanto que -otra vez, se dice- los moteles se han transformado en aviones y las curules (porque es la silla curul, femenino) en culules, valga el neologismo en su acepción directa.
Pues utilitaria ha sido la aparición de la señorita Zapata y sus dotes de amante, quizá con lamento de víctima, para ocultar el robo en el Fondo Indígena por citar ejemplo. Aparte, a manera de confundir más y continuar echando humo, el aturdido García Linera profiere tales sandeces que ya ni sabemos si es burla, retraso, masturbación, abuso, estupro, violación, sentina, chiquero o qué. El drama ha alcanzado condiciones bíblicas. La Sodoma plurinacional, la Gomorra masista, evista, crece con hambre cernícala y envuelve al todo de la sociedad. Cuando pesa sobre la multitud un espectro maloliente y enfermo se pierde no solo la confianza, también la dignidad. El resultado de diez años de Evo Morales se reduce a un simple y burdo excremento de elefante.
Apenas parece agotarse el amañado y oscuro recurso filial (¡qué tremendo tener un padre así!) regresan a la cantaleta chilena, al Silala, ahora, y la Corte de La Haya. Se ha tildado de todo en las redes al individuo presidente, en muchos casos con un tono innombrable. Pero él sigue aferrado al trono, no quiere dejar por nada la mamadera del poder que le ha dado acceso al erario colectivo y a asuntos carnales. Es porque manda, no manda porque es, y de ahí nuestro drama: condenados al arbitrio del caudillo vanidoso de las mil y quinientas noches.
Se quiso distraer a la gente, que al fin se dio cuenta que nada de lo que se decía era cierto, y que ninguno de los cabecillas se asomaba a un esbozo de lo que juraban ser. La embarraron en parte a propósito y en parte porque poco se puede esperar del coeficiente intelectual de la oclocracia reinante. Interminable galería de payasos, y payasas, con o sin sombrero, opinaron. Nunca se vio mayor malgasto de palabras.
Creo que alguna vez Evo Morales invitó a Bolivia al cineasta James Cameron, que no vino. Cameron debiera venir, tendría inmejorable material con esto del niño que nace, crece y muere, que muere, crece y nace, que no nace pero muere, que crece sin nacer y muere sin crecer. No es trabalenguas sino vudú del presidente utilizando carne y sangre propias. Charada sin resolución, orbe del matemático vicepresidente que afirma, con dedos y gestos que observa con cuidado en el espejo, que dos y dos son tres. Este oficio sí me agrada, mandandirundirundán.